domingo, 30 de noviembre de 2014

El descenso XIV











XIV




Los siguentes días pasaron raudos y, salvo por las bromas de los muchachos el día de inocentes, podría decir que aburridas. No sé qué tendrán los niños para hacer de cada jornada un día nuevo en el sentido más absoluto y verdadero de la palabra, pero es algo que nadie debería dejar de sentir con la edad. Imaginar ahora otra vez a Martín disfrazado de zombi y despertando a todos de un susto para luego carcajear diciendo —¡Inocente, inocente!—, esboza en mí una sonrisa tan amplia como pocas cosas logran hacerlo ya y eso, amigo mío, eso sí que no tiene precio.

La nochevieja se nos presentó especialmente amarga, Luisa tuvo otra crisis en la mañana y, tropezando, rodó escaleras abajo. Julián gritaba a todos dando órdenes; la ambulancia llegó a los diez minutos y logró reanimarla de camino al hospital, allí nos dirigimos todos, yo y Rosa en el Chrysler y Julián en su Patrol verde con los muchachos detrás. Todavía estaba en el quirófano cuando entramos en tropel a la sala de espera, las sillas de plástico eran bastante incómodas, pero eso era lo de menos en esos momentos, la tensión se notaba en todos nosotros, callados y quietos como estatuas allí sentados, hasta que a las dos horas vino un cirujano y, entrando en el despacho, comenzó a explicarnos la situación de mi madre, todos permanecíamos en pie hasta que nos invitó a sentarnos.

— ¿Son ustedes familiares de Luisa Vázquez de Ilán? —Así es, yo soy su hermano, ella y él sus hijos y estos, los míos—, dijo Julián.
— Doña Luisa ha tenido una hemorragia interna que hemos logrado detener a tiempo, pero le hemos tenido que extirpar el bazo, también ha sufrido fractura severa en L2 con sección completa de la médula espinal— ¿Pero está a salvo? —, pregunto Rosa visiblemente afectada—. Sí, fuera de todo peligro; ahora permanece estable en reanimación y pronto la subirán a planta.
—Eso significa que no va a volver a andar, ¿es lo que nos quiere decir, verdad?—, balbuceó Julián con los ojos humedecidos. Era la primera vez que le veía llorar.
—Así es, y también que adaptando su vivienda puede acostumbrarse en poco tiempo a ir en silla de ruedas, se la ve sana y fuerte.
—Es enferma de epilepsia, debería ya saberlo; está en su historial—, le reprochó  Julián— Haré las reformas precisas en casa, por eso no hay problema. También tendrás que encargarte de esto y de supervisar las reformas, Alex.
—No hay problema alguno, tío—, respondí al momento.
—Pueden ir verla dentro de una hora, estará aquí al menos una semana, para saber su habitación pregunten dentro de diez minutos en la ventanilla de ingresos, tengan un buen día —. Y, dicho esto, se levantó y salió sin prisa de la sala.

Todos nos quedamos desolados, llorando en silencio por un momento que pareció una eternidad. Las imágenes de aquella Luisa vivaracha, yendo y viniendo por todos los rincones de la casa, se sucedían en mi mente; por qué me pregutaba una y otra vez. Rosa se aferró a mi hombro.

—Abrázame, Alex; te necesito ahora más que nunca. Mañana me marcho y esta es la peor noticia que podía llevarme allá donde voy.

Rodeándola con mis brazos nos fundimos en un mar interminable de lágrimas y sentimientos hasta que Julián nos rescató.

—Vamos chicos, ya deben de tener el número—, dijo con un nudo en la garganta.

Los cinco salimos de allí y, tras preguntar, subimos a la habitación; la camilla llegó a la media hora, mamá permanecía aún dormida.
Nos quedamos los dos con ella mientras Julián iba a gestionar las reformas que necesitaría la casa, no le resultó fácil pero a última hora de la tarde llamó por teléfono, descolgué y escuche su profunda voz, ya mucho más calmada.

—Todo está dispuesto, comenzarán las obras el día 7, te he dejado el presupuesto en la estantería, con todos los demás. Cuida de que todo se lleve a cabo según lo previsto y, por lo que más quieras, cuida de tu madre como si te fuera la vida en ello.
—Así lo haré, tío. No te preocupes por eso.
—También quiero que lleves tú a Rosa al convento, yo voy ahora a relevaros y me quedaré con Luisa hasta que regreses de Astorga.
—De acuerdo.

Colgó y a los tres cuartos de hora estaba ya entrando por la puerta; había dejado a Martín y Andrés al cuidado de Andrea, nos despedimos de él y regresamos a Ilán en silencio enrojecidos los ojos. Aquella medianoche ninguno estaba para uvas, así que cenamos y nos fuimos a dormir antes de las campanadas. Apenas pude dormir ante un año nuevo en que ya nada sería igual para ninguno de nosotros.


























A lomos del ayer













*









Cabalguemos a lomos del ayer.

Busquémonos, hoy llega otro mañana;

la vida es el cristal de una ventana

que se abre al horizonte en nuestro ser.





Leves fueron los pasos que, al torcer

la vereda, nos dieron forma humana:

Carne que siente, piensa y se devana

a cada año; hojas por caer.




Viviste el mar, el campo florecido

y la paz mutilada por la guerra.

Has amado; has llorado y reído




y en ti abriste esa herida que no cierra.

Hora es de descansar pues no has perdido,

has recogido el fruto de la tierra.






*
MM
*


El descenso XIII
























XIII






                                                      Madrid, a 20 de Noviembre de 1916



         “Mi adorado José María, te amo y te deseo mucho más de lo que puedo soportar y aún con todo lo que me supone estar aquí tan alejada de ti, bien lo soporto por este amor tan inmenso que te tengo, pero tantos buenos recuerdos que me traes de entonces no hacen sino hervir en mi sangre mezclada con el dolor de la distancia recorrida hasta ahora. Esos momentos en que todo florecía a nuestro alrededor ya marchitos, ya tan lejos, tan imposibles de volver a vivir no son hoy sino agujas bajo la piel del tiempo que se clavan y avanzan constantes en el trágico reloj de toda esta ausencia que me devora cada vez que me escribes así... Háblame de ti, de lo que haces ahora, de lo que piensas o lo que quieras pero, por amor te lo pido, no traigas esos dulces instantes de juventud e inocencia a mi memoria pues; puede que sea el otoño, que nos trae un pedacito de nostalgia con cada hoja que cae sobre el calendario de la vida, o que la gris monotonía de la que hablabas taciturno en tu anterior misiva ha hecho presa en mí también, y me duele profundamente recordarnos tal y como debimos seguir por siempre.
         Ya que has mencionado al marqués, debo informarte que no hace ni dos días estuvo aquí en casa, tomando un café y de tertulia conmigo y Josito, le preocupó mucho nuestra situación con don Álvaro y los negocios ruinosos que iniciamos allá; decía que el conde no daba puntada sin hilo y bien sé, después de estos dos años de servidumbre, que llevaba razón en cada palabra. Al final me ofreció su ayuda y tras explicarle que apreciaba la sincera amistad que siempre nos había mostrado y agradecía su buena intención no podía aceptarla estando como estoy a merced de ese maniobrero pareció entender; pero es un hombre tan persuasivo que al final accedí a que Josito se pusiera bajo su tutela para asegurar el futuro de nuestra familia; de momento recibirá una mensualidad en concepto de manutención y así pueda terminar los estudios; después se pondrá a trabajar en su bufete.
         Sabes que volvería contigo si pudiese e iría contigo a Astorga y al fin del mundo si en mi mano estuviera, pero creo que hasta navidades me va a ser imposible salir de esta ciudad, ten paciencia amor mío y espérame para entonces, ¿sí?
         Tus versos me inspiran, me alientan, me llenan, me hacen perder la razón y renacer de nuevo en ti para caer acto seguido a un mar de sentimientos encontrados donde todo naufraga al unísono, convirtiendo mi alma en torrente que se agita hasta desbordarme y entonces tengo que salir, caminar por estas anchas calles con la mente perdida en tus verbos que golpean mi sien a fuerza de corazón hasta hacerme enloquecer de amor y sí, debo reconocer que en verdad es y ha sido para nosotros una espada que cada vez profundiza más y más adentro.

         Quisiera poder dar un paseo contigo por aquí para que vieras la grandiosidad monumental que me rodea y el bullicio que asoma a cada esquina quisiera tenerte conmigo, a mi lado, muy a mi lado y amarte una vez en Madrid; con ello he estado soñando estos días…


Muy cerquita a la Gran vía,
en la plaza del Callao,
un aroma de cacao
seductora, el alma mía,
se cierne en la simetría
de sus trémulas farolas.
Pues las noches, tan a solas,
atenazada entre escombros,
represan sobre mis hombros
los bramidos de las olas.

Las mismas que nuestros ojos
vista la arena en los años,
decantados mil y un daños,
se quedaron en abrojos
de amor. Del trigo rastrojos
calcinados por el sol,
donde al viento el ababol
deja caer su semilla
para que brote sencilla
y ardiente luz de crisol.

De una fragua de quimeras
que los fuelles de la vida
diera aliento la estampida
de mis manos que tuvieras
en las tuyas altaneras
y, palpando con pasión
cada curva en floración,
hollaras a todas horas
para hacer con mis auroras
estigmas del corazón.





              … y sigo soñando, deseando y anhelando tu amado y amante ser José María, tu amada esposa Inés Miranda de Zúñiga.


P.D.: Nunca olvides de dónde vienes ni qué te guía pues entonces, ya perdido, no sabrás cómo volver.”



















sábado, 29 de noviembre de 2014

El descenso XII













XII





          Amada mía, recibir tu última carta calmó un poco mi espíritu pero, de todas formas, sigo maldiciendo el día que pedimos el crédito a don Álvaro para abrir la mina del valle, pues no ha traído más que desgracia a esta familia, amargura a mi alma y penurias a todos los habitantes de Ilán. He dedicado estos días a pasear y leer hasta quedar exhausto y sí, llevabas mucha razón en tus palabras; ahora duermo mucho más tranquilo y despierto cada día como nuevo, pensando en ti. Ayer mismo te imaginé conmigo, los dos a caballo por la senda de la horcada, bajo la fina lluvia que gotea desde las últimas hojas de los castaños. Los carros de los labriegos chillando, cargados de heno y los montes azules allá arriba, esperando plácidos nuestra llegada, coronados por las primeras nieves del año. Entonces desperté y subí a la torre; desde allí pude divisarlas y recordar así cada detalle de mi sueño y de tu ser.
           Mientras oteaba el horizonte quedé fascinado por una peña en especial, libre de la límpida blancura que alrededor, se yergue amarillenta al sol de la mañana como puesto de guardia en un castillo de plata y diamantes. Pregunté por ella al boticario que vino a traerme unos calmantes, dice que los ileños la llaman el trono del diablo; espantoso nombre para una montaña tan bella. Quizás me anime a subir a ella esta primavera, si el tiempo lo permite; las vistas deben de ser grandiosas allá arriba.
           Hace una semana estuve en Astorga; Su Ilustrísima don Antonio me invitó a ver el recién terminado palacio episcopal y, tras la misa, pude admirar lo maravilloso de su construcción y las distintas dependencias, es todo una obra de arte de la primera a la última piedra; estilizado, casi frágil parece, mas en conjunto se nota el buen diseño y el gusto por las formas curvas de Gaudí; sigue un clarísimo estilo gótico medieval,pero más a lo germánico que a lo francés como la Pulchra leonina.  muy adecuado para lo austero del paisaje que lo rodea volviéndose  una joya perfectamente engarzada en un anillo de oro. Cuando regreses espero estar contigo e ir los dos de nuevo por allí como cuando nos llamó García Prieto para que abogásemos en su favor al Rey Alfonso por lo del marquesado de las Alhucemas. Entonces, recuerdo, eras todavía una mujercita despreocupada y alegre, pero ya se adivinaba lo mucho que te gustaban los asuntos de Estado, pues lo acosaste a preguntas hasta casi hartarlo...
            También recuerdo de aquella jornada tus cabellos acaramelados, brillantes y lisos, y que no parabas de moverlos de un lado para otro según ibas caminando por la muralla romana, vestida de blanco. Y, a merced del cierzo, me llegaba tu aroma mezclado con el de las rosas, invitándome a soñar que tal vez un ángel había descendido y tomado tu forma y tú, con las alas extendidas al trasluz de un rosado atardecer, en vuelo me guiabas a dondequiera que fueses y yo con embeleso te seguía cuando, de pronto, una música sonó... era mi corazón, henchido de alegría por saberme amado, bendecido  y desposado contigo para siempre. Entonces comenzó a cantar y, palpitante, te decía:



Ascendía
raudamente
la pendiente
por el sur,
pues sentía
que a lo lejos
los reflejos
en azur
se encendían,
al celeste
por lo agreste
de tu piel.
Y olvideme
de mí mismo;
tu espejismo,
faz de miel,
fue por siempre
primavera,
que blandiera
con ardor
el acero
de la espada
afilada
del amor.
Tu sonrisa
sonrosada
dio con cada
beso en mí
una lágrima
suicida,
 una vida
siendo en ti,
una gloria
transparente,
como fuente
de cristal
que desborda
sentimiento 
a mi aliento
sin igual;
pues no hay rosa
en la cumbre
que me alumbre,
como tú,
ribereña
espadaña,
dulce caña
de bambú.
En tus ojos
tan brillantes
los instantes
puedo ver
en que vivo
 con empeño
 de mi sueño:
¡Tú, mujer!






Esperando ansioso tu respuesta queda aquí tu amor... el mismo que fue, es y será por siempre.

  
                                         

                                                                       en Ilán, a 4 de noviembre de 1916











             El descenso - (c) - Miguel Angel Miguélez Fernández















El descenso XI












XI





          La gran puerta de roble estaba abierta hasta atrás; nada más atravesarla pude ver al fondo a Julián sentado en la mesa, al lado tenía una voluminosa pila de papeles. Cerré y fui despacio hacia él.

          - Siéntate aquí, ve leyendo cada uno de estos y si tienes alguna duda, pregunta - dijo. Según me iba acercando pude ver oscuras sus ojeras; él alzó la vista y me miró fijamente.
          - Ya sabes que Rosa va a tomar el hábito como clarisa, ¿verdad?
          - Aún en pie, a su lado, asentí con la cabeza.
          - Pues debes conocer entonces el estado de las cosas, dado que ella no puede encargarse ahora de ninguno de los negocios y tu madre, debido a su enfermedad, hace tiempo delegó en vosotros, comprenderás que  solo tú puedes hacerte con las riendas de todo, y ha de ser cuanto antes pues yo marcharé a Londres después de Reyes durante medio año; me llevo a mis hijos, ya he dejado todo dispuesto, solo faltas tú, ¿Qué me dices?
           - Que sí, pero antes necesito ponerme al día.
           - ¿Para qué crees que te he llamado? Desde que has vuelto te noto algo atontado, no sé si es el lío que tienes con Rosa o esas juergas que te has corrido en la facultad, pero pareciera que tuvieses el cerebro en la entrepierna... Sea lo que sea, déjalo aparcado, necesito a ese Alex avispado que hubo una vez y lo necesito ya... ¿Te crees capaz de asumirlo?
           - ¡Por supuesto! -, respondí entre el enojo y el asombro -... Pero entonces, ¿sabes lo de Rosa?
           - Ella fue quien me lo dijo - espetó -, es mucho más lista que tú pero ha decidido darse a la vida en comunidad por amor a los pobres y a Cristo, lo que es digno de admiración y respeto. También sé que tiene un fuego interno -que, por cierto, se ha avivado con tu llegada-, y no tengo claro si podrá o no superar el periodo de noviciado, pero es algo que debe afrontar si quiere apaciguar un poco su espíritu; por eso no he insistido en que se quede, muy a mi pesar... Buena falta nos haría su mesura en estos momentos para sacar todo adelante como Dios manda.

           
           No supe qué responder, llevaba razón así que me senté y nos pusimos a  repasar todos los contratos, arrendamientos, créditos, pendientes y escrituras de fincas y propiedades hasta que se nos echó la noche encima. Un timbre resonó insistente tres veces por toda la casa, Andrea llamaba a cenar. Bajamos, probamos algo ligero y rápido para volver d nuevo a la librería hasta que por fin todo quedó resuelto y debidamente archivado en los anaqueles inferiores de la estantería  β; el reloj de carillón y péndulo dorado colgado en esa pared acababa de marcar las tres y cuarto.
            - Bueno, Alex,  me voy a dormir; hoy ha sido un día muy intenso y necesito descansar largo y tendido.
            - Ve, tío, ve... se te nota el sueño. Yo me quedaré un rato más, me apetece seguir leyendo esas cartas.
            - Hasta mañana si Dios quiere.
            - Y si no también, respondí con sorna. 


            Julián sonrió y caminando renqueante desapareció tras cerrar la puerta sin apenas hacer ruido. Abrí el cajón, saqué el portafolios y me senté frente al atril para adentrarme en las raíces de la historia familiar. La letra de Jose María era estirada, oblicua y no mantenía un solo renglón recto en todo el papel, al contrario que Inés quien seguía siempre una perfecta alineación y una caligrafía asombrosamente prolija... como agua y aceite, pensé.
        




  El descenso - (c) - Miguel Angel Miguélez Fernández












viernes, 28 de noviembre de 2014

El descenso X












X






          Durante toda esa tarde no cesó de llover. Luisa y Rosa habían ido con los chicos a León a ver una película y divertirse un poco. A medida que me aproximaba a casa de dar un paseo por los alrededores pude ver a Julián oteando el valle desde el mirador de la torre en el ala norte con unos prismáticos. Giré en ese sentido la cabeza y pude divisar un milano planeando en círculos hasta que tras una suspensión en el aire hizo un picado vertiginoso para desaparecer por detras de un fresno enorme. Agaché los ojo y seguí adelante, sencillamente imaginando qué habría sido de la pobre presa y, dándole vueltas a ello en la cabeza, me adentré bajo el portalón de la fachada principal.
           Andrea seguía en la cocina, fregando los cacharros, cuando entré y me quedé mirándola un buen rato. Vestía una bata entallada blanca y, colgado de su esbelto y blanco cuello, un delantal blanco e impoluto que no ocultaba, más bien hacía notar un busto firme y prominente; sobre su espalda una coleta negra como el carbón descendía saltarina por la espalda, tapando y destapando al compás de los enérgicos movimientos de sus brazos la graciosa doble lazada que le ceñía la cintura. Era alta, muy alta y hermosa y por su rostro debía de ser algo menor que yo, pero no mucho. La nariz recta, las orejas menudas y esos labios sonrosados y carnosos hacían de ella un poema de carne y hueso, Y ahí estaba, ante mí, cumpliendo diligente su labor y ausente de todo hasta que sintió mi mirada, me la devolvió y quedé atónito, como una estatua de cera ante sus ojos, marrones y expresivos.
            - ¿Desea algo, señor?
            - No me llames señor, Andrea, me hace sentir viejo; llámame Alex, como hacen todos. Sé que no se debe preguntar a una mujer sobre su edad, pero si no lo hago no voy a quedar a gusto... 
            - Diecinueve desde Abril - me dijo orgullosa. 
            Entonces no andaba muy desencaminado... ¿ves?, solo tienes cuatro menos que yo así que deja lo de señor para Julián. ¿De dónde eres?
            - Nací en Avilés y crecí en un barrio de allí, en Villalegre, ¿lo conoce?
            - ¡Claro que lo conozco!, sonreí. De pequeño recuerdo haber estado en una de esas enormes casas de indianos con mis padres, y también recuerdo la gran cantidad de palmeras que había.
            - Sí, allí son típicas... Bueno, si sigo hablando con usted se me va a juntar la limpieza con la cocina, así que con su permiso, continúo a lo mío.
            - ¡Ja, ja, ja, ja...! ¡Por supuesto!, tú haz como si no estuviera. Ella rió conmigo y abrió el grifo de nuevo. Seguí allí a su lado viéndola trabajar y, sabiéndose bella y admirada, con un guiño y un leve movimiento de brazo se desabrochó los dos botones superiores de la bata, dejando entrever un sedoso y bamboleante escote, no llevaba sostén. Un calor repentino subió hasta mi pecho y por un instante me percaté de su fragancia; era muy femenina y dulce, mezcla de lilas y algo más. Allí hubiera estado toda la tarde, solo mirándola y deseándola, pero de pronto Julián gritó escaleras arriba.
             - ¡Alex!, ¿puedes venir a la biblioteca un momento?
             - Ahora voy tío, respondí.
             - Hasta más tarde, Alex - me dijo Andrea suavemente con una voz aterciopelada e insinuante. Acercándome a ella le dí un largo beso en la boca al que correspondió diligente. Cerrados los ojos sentí su cálida lengua moviéndose lasciva, recién se había lavado los dientes pues me embriagó su fresco sabor. Alejando mis labios despacio me despedí de ella.

             - Hasta más tarde entonces...








               El descenso - (c) - Miguel Angel Miguélez Fernández















jueves, 27 de noviembre de 2014

El descenso IX















IX






         Martín estaba que no cabía en sí de gozo, paseaba como un loco patio arriba y abajo con su bicicleta nueva mientras Luisa le aplaudía y animaba a dar una vuelta alrededor de la villa, así lo hizo desapareciendo a gran velocidad por la puerta sur. Andrés mientras tanto trataba de calzarse unos patines; una vez puestos empezó a temblar de miedo sujetándose a todo lo que se acercaba; Rosa y yo llegamos hasta Luisa. -¡Feliz Navidad! - exclamó para después abrazarnos.
         - ¿Habeis desayunado?
         - Todavía no, madre - respondió Rosa - Nos levantamos ahora mismo y vinimos a ver jugar a los sobrinos.
          - Venid entonces, hoy he preparado un chocolate de chuparse los dedos.
          
          Con una ligereza asombrosa para su edad nos abrió paso hasta la cocina. En el fogón bullían las cacerolas de acero, llenas de marisco y un intenso aroma a tomillo salía del horno. Andrea, la sirvienta, iba y venía de aquí para allá espumadera en mano hasta que reparó en nosotros.
           - Sigue adelante moza, no te pares, que la comida no perdona si te olvidas de ella - le dijo con su habitual desparpajo. - Si me vieras  cuando era yo de tu edad, te asombrarías de lo que era capaz, cocinar para seis como hoy es algo sencillo, pero entonces éramos cincuenta al menos entre familia y visitas y todo tenía que estar a las dos en punto sin una mancha en el borde de las bandejas porque si mi padre la veía... ¡Ay del pobre que hubiera sido! - y todos nos reímos recordando al abuelo y su genio para el orden.
            Así continuó, de cháchara en cháchara mientras sacaba las tazas de porcelana y las cucharas de la alacena. Luego nos fue sirviendo el chocolate, que todavía humeaba un vapor dulce y apetitoso, y se sentó con nosotros. Agarré un churro de la fuente que estaba en el centro de la mesa, mojé y me quedé un rato saboreándolo con los ojos cerrados. Hacía tanto tiempo que no los probaba que me resultó especialmente delicioso.
             - ¿Y bien? - me preguntó Luisa mientras mantenía mirada serena - ¿Qué tal han ido los estudios de medicina?, ya sabrás arreglar algún hueso roto o sacar dientes, digo yo.
             - Sí, algo de eso ya lo sabía y algo más he aprendido, respondí con una sonrisa.
             - Ah, a veces eres insoportable, sabes lo poco que me gusta la ironía, ¿Ha ido bien o no?
             - Si, madre. Tengo el primer parcial de anatomía aprobado con un 7 y el de bioquímica con un 6, a los demás no quise presentarme por falta de tiempo
             - Menos mal que tu padre ya no está, si no te hubiera corrido a gorrazos de aquí a Punta Umbría.
             - Sí, menos mal que no está - dijo cortante Rosa - Nunca me gustó su carácter recio e inflexible. 
             Madre calló por un momento, parecía que una sombra hubiera cruzado de repente por delante de sus ojos marrones y brillantes cuando, trémula y repentina, una lágrima asomó sobre su mejilla.
             - No digas eso, Rosa, apenas lo llegaste a conocer.
             Y así fue en verdad, ella solo tuvo que sufrir su ira durante cinco años, Luis, mi padre murió de un infarto a los cuarenta y seis años de edad, tras una vida tempestuosa donde el alcohol era el único dueño y señor de la casa. 
             El resto del desayuno fue un tenso e interminable silencio, solo roto por los vaivenes de Andrea. Una vez terminado nos dirigimos los tres a pasear por el jardín del oeste. Los cerezos aún no habían sido podados y ofrecían un aspecto fantasmagórico, como si quisieran asirse al cielo, blanco e impasible, con sus garras cenicientas. El camino empedrado que custodiaban había sido borrado por la hierba y los bancos, sedientos de sol, aún estaban húmedos por la lluvia nocturna.
              - Madre, perdóname, sé que soy muy impulsiva, pero créeme, no quería hacerte daño con mis palabras - Dijo Rosa - Ya te perdoné, antes aún de pronunciarlas, la culpa fue mía por no saber meterlo en cintura a tiempo. Pero vamos, no nos disgustemos por cosas del pasado pues agua que no has de mover... además, es Navidad y quiero que todos los recuerdos que nos queden de hoy en la memoria sean positivos,
               Aún no había terminado de hablar cuando un ruido sordo se oyó; venía del patio. Apresuramos la marcha y nos encontramos a Andrés tirado bajo el tronco del pino cuan largo era y a Martín riéndose a carcajadas mientras se sostenía, pie a tierra, sobre la bici. Luisa corrió hasta él y lo puso en pie a duras penas.
                - Estos chicos tienen una forma de divertirse que jamás entenderé - refunfuñó mientras iba azotándole la ropa para quitarle la tierra y las agujas secas que se le habían quedado prendidas en el jersey. Nosotros dos, a varios pasos, contemplábamos la escena mientras con el rabillo del ojo nos miramos y sonreimos abrazados, cómplices como los adolescentes que volvimos a ser, por otra vez, anoche.





            El descenso - (c) - Miguel Angel Miguélez Fernández