viernes, 28 de noviembre de 2014

El descenso X












X






          Durante toda esa tarde no cesó de llover. Luisa y Rosa habían ido con los chicos a León a ver una película y divertirse un poco. A medida que me aproximaba a casa de dar un paseo por los alrededores pude ver a Julián oteando el valle desde el mirador de la torre en el ala norte con unos prismáticos. Giré en ese sentido la cabeza y pude divisar un milano planeando en círculos hasta que tras una suspensión en el aire hizo un picado vertiginoso para desaparecer por detras de un fresno enorme. Agaché los ojo y seguí adelante, sencillamente imaginando qué habría sido de la pobre presa y, dándole vueltas a ello en la cabeza, me adentré bajo el portalón de la fachada principal.
           Andrea seguía en la cocina, fregando los cacharros, cuando entré y me quedé mirándola un buen rato. Vestía una bata entallada blanca y, colgado de su esbelto y blanco cuello, un delantal blanco e impoluto que no ocultaba, más bien hacía notar un busto firme y prominente; sobre su espalda una coleta negra como el carbón descendía saltarina por la espalda, tapando y destapando al compás de los enérgicos movimientos de sus brazos la graciosa doble lazada que le ceñía la cintura. Era alta, muy alta y hermosa y por su rostro debía de ser algo menor que yo, pero no mucho. La nariz recta, las orejas menudas y esos labios sonrosados y carnosos hacían de ella un poema de carne y hueso, Y ahí estaba, ante mí, cumpliendo diligente su labor y ausente de todo hasta que sintió mi mirada, me la devolvió y quedé atónito, como una estatua de cera ante sus ojos, marrones y expresivos.
            - ¿Desea algo, señor?
            - No me llames señor, Andrea, me hace sentir viejo; llámame Alex, como hacen todos. Sé que no se debe preguntar a una mujer sobre su edad, pero si no lo hago no voy a quedar a gusto... 
            - Diecinueve desde Abril - me dijo orgullosa. 
            Entonces no andaba muy desencaminado... ¿ves?, solo tienes cuatro menos que yo así que deja lo de señor para Julián. ¿De dónde eres?
            - Nací en Avilés y crecí en un barrio de allí, en Villalegre, ¿lo conoce?
            - ¡Claro que lo conozco!, sonreí. De pequeño recuerdo haber estado en una de esas enormes casas de indianos con mis padres, y también recuerdo la gran cantidad de palmeras que había.
            - Sí, allí son típicas... Bueno, si sigo hablando con usted se me va a juntar la limpieza con la cocina, así que con su permiso, continúo a lo mío.
            - ¡Ja, ja, ja, ja...! ¡Por supuesto!, tú haz como si no estuviera. Ella rió conmigo y abrió el grifo de nuevo. Seguí allí a su lado viéndola trabajar y, sabiéndose bella y admirada, con un guiño y un leve movimiento de brazo se desabrochó los dos botones superiores de la bata, dejando entrever un sedoso y bamboleante escote, no llevaba sostén. Un calor repentino subió hasta mi pecho y por un instante me percaté de su fragancia; era muy femenina y dulce, mezcla de lilas y algo más. Allí hubiera estado toda la tarde, solo mirándola y deseándola, pero de pronto Julián gritó escaleras arriba.
             - ¡Alex!, ¿puedes venir a la biblioteca un momento?
             - Ahora voy tío, respondí.
             - Hasta más tarde, Alex - me dijo Andrea suavemente con una voz aterciopelada e insinuante. Acercándome a ella le dí un largo beso en la boca al que correspondió diligente. Cerrados los ojos sentí su cálida lengua moviéndose lasciva, recién se había lavado los dientes pues me embriagó su fresco sabor. Alejando mis labios despacio me despedí de ella.

             - Hasta más tarde entonces...








               El descenso - (c) - Miguel Angel Miguélez Fernández















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