sábado, 29 de noviembre de 2014

El descenso XI












XI





          La gran puerta de roble estaba abierta hasta atrás; nada más atravesarla pude ver al fondo a Julián sentado en la mesa, al lado tenía una voluminosa pila de papeles. Cerré y fui despacio hacia él.

          - Siéntate aquí, ve leyendo cada uno de estos y si tienes alguna duda, pregunta - dijo. Según me iba acercando pude ver oscuras sus ojeras; él alzó la vista y me miró fijamente.
          - Ya sabes que Rosa va a tomar el hábito como clarisa, ¿verdad?
          - Aún en pie, a su lado, asentí con la cabeza.
          - Pues debes conocer entonces el estado de las cosas, dado que ella no puede encargarse ahora de ninguno de los negocios y tu madre, debido a su enfermedad, hace tiempo delegó en vosotros, comprenderás que  solo tú puedes hacerte con las riendas de todo, y ha de ser cuanto antes pues yo marcharé a Londres después de Reyes durante medio año; me llevo a mis hijos, ya he dejado todo dispuesto, solo faltas tú, ¿Qué me dices?
           - Que sí, pero antes necesito ponerme al día.
           - ¿Para qué crees que te he llamado? Desde que has vuelto te noto algo atontado, no sé si es el lío que tienes con Rosa o esas juergas que te has corrido en la facultad, pero pareciera que tuvieses el cerebro en la entrepierna... Sea lo que sea, déjalo aparcado, necesito a ese Alex avispado que hubo una vez y lo necesito ya... ¿Te crees capaz de asumirlo?
           - ¡Por supuesto! -, respondí entre el enojo y el asombro -... Pero entonces, ¿sabes lo de Rosa?
           - Ella fue quien me lo dijo - espetó -, es mucho más lista que tú pero ha decidido darse a la vida en comunidad por amor a los pobres y a Cristo, lo que es digno de admiración y respeto. También sé que tiene un fuego interno -que, por cierto, se ha avivado con tu llegada-, y no tengo claro si podrá o no superar el periodo de noviciado, pero es algo que debe afrontar si quiere apaciguar un poco su espíritu; por eso no he insistido en que se quede, muy a mi pesar... Buena falta nos haría su mesura en estos momentos para sacar todo adelante como Dios manda.

           
           No supe qué responder, llevaba razón así que me senté y nos pusimos a  repasar todos los contratos, arrendamientos, créditos, pendientes y escrituras de fincas y propiedades hasta que se nos echó la noche encima. Un timbre resonó insistente tres veces por toda la casa, Andrea llamaba a cenar. Bajamos, probamos algo ligero y rápido para volver d nuevo a la librería hasta que por fin todo quedó resuelto y debidamente archivado en los anaqueles inferiores de la estantería  β; el reloj de carillón y péndulo dorado colgado en esa pared acababa de marcar las tres y cuarto.
            - Bueno, Alex,  me voy a dormir; hoy ha sido un día muy intenso y necesito descansar largo y tendido.
            - Ve, tío, ve... se te nota el sueño. Yo me quedaré un rato más, me apetece seguir leyendo esas cartas.
            - Hasta mañana si Dios quiere.
            - Y si no también, respondí con sorna. 


            Julián sonrió y caminando renqueante desapareció tras cerrar la puerta sin apenas hacer ruido. Abrí el cajón, saqué el portafolios y me senté frente al atril para adentrarme en las raíces de la historia familiar. La letra de Jose María era estirada, oblicua y no mantenía un solo renglón recto en todo el papel, al contrario que Inés quien seguía siempre una perfecta alineación y una caligrafía asombrosamente prolija... como agua y aceite, pensé.
        




  El descenso - (c) - Miguel Angel Miguélez Fernández












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