La navaja y el silencio
1
Pronto descubriría Luis que aquel turno de noche no iba a tener nada de rutinario. Sobre el suelo, el cadáver de una mujer de unos treinta y cinco años yacía medio descompuesto en aquella vieja pensión. Una larva blanquecina giraba intentando salir de su fosa nasal izquierda, Juan la recogió con las pinzas y la introdujo en un frasco.
—La han acribillado antes de darle el tiro de gracia en la nuca… ¡Qué hijos de puta!, ni siquiera tienen dignidad para mirarla a los ojos —dijo mientras clavaba sus ojos en los de la víctima, luego giró su rostro a Luis— Ve y busca huellas, pero creo que poco vas a encontrar; o mucho me equivoco o es obra de profesionales.
—Se ve a la legua —replicó Luis mientras miraba el escenario —, pero deja eso para otro, hoy tengo reunión en comisaría, solo estoy de paso.
—De acuerdo, pero cuando llegues dile al forense que va a tener trabajo para toda la noche.
—Así lo haré —asintió Luis que, dando media vuelta, se marchó escaleras abajo.
2
El coche apestaba a tabaco, los asientos eran un colador de colillas, Luis lo arrancó al segundo tirón de llave, el motor eructó su flatulencia a duras penas antes de calarse de nuevo. Pisó el embrague y de un último estertor al fin bramó como un elefante tísico.
Llovían mares aquella noche en la ciudad y el silencio susurraba su voz de agua al parabrisas hasta que, con un manotazo brusco, encendió la radio. Sonaba la cuenta atrás de Los Enemigos mientras los edificios se sucedían a toda velocidad por la avenida, un zumbido en el pecho le hizo dar un respingo, le estaban llamando desde un número oculto, después de aparcar el ford, dejándolo descolgó el celular.
—Luis, ¿puedes acercarte a casa?, tengo algo para ti —dijo una voz profunda que enseguida reconoció—, no te entretendré mucho tiempo.
—Claro Carlos, ahora tiro para allá —respondió lacónico. Dejó el teléfono en uno de los huecos de la consola central y salió a toda mecha, como si la vida le fuera en ello.
La casa era un loft en el mismo centro desde el que se divisaba la plaza mayor; el reloj iluminado con un neón amarillo marcaba las 2:30h cuando llamó al timbre. Julia le recibió con una sonrisa, estaba en ropa interior.
—¿Celebramos algo? —preguntó Luis desconcertado. Ella, entornando sus ojos de miel se le acercó al oído y en un abrazo impulsivo ronroneó hechizante.
—Lo que tú quieras…
—Ahora lo que quiero es hablar con Carlos, luego ya veremos.
—Está en el salón, sígueme. —Y, girando sobre sí, le guió entre penumbras. No habría andado ni diez metros detrás de sus caderas cuando sintió un leve pinchazo en el cuello al que no dio importancia; rascándose como si de un mosquito se tratara siguió adelante, fijos los ojos en ese trasero tan bien contorneado y apetecible.
En aquella amplia habitación llena de libros y discos de vinilo la luz tenue y cálida de una lámpara de pie apenas dejaba ver mucho más que en el pasillo. Carlos se afanaba en cortar con la navaja el plástico que envolvía el último envío, con un movimiento preciso la hundió hasta el fondo y posó una roca de coca en el cristal de la mesa de centro.
—Sírvete si quieres —dijo a Luis condescendiente—. Hoy hay reparto, por eso te llamé.
—No puedo, tengo reunión en comisaría…
—¡Una leche no puedes!, me debes más de un favor y lo sabes. Tienes que ir a donde yo te diga sin rechistar, después haz lo que debas.
—Pero…
—No hay peros, cabrón, empiezo a pensar que tienes algo que ver con la última redada. Ya estás metiéndote esta mierda en los bolsillos, es la parte de Suso.
—¿De Suso? —balbuceó, lo conocía demasiado bien y no tenía ganas de jugársela otra vez con esa mente desequilibrada y cruel.
—Sí, ¿algún problema?
—No, ninguno —asintió resignado Luis al tiempo que esnifaba un par de rayas.
—Últimamente está peor de lo suyo, así que cuídate de decir nada que pueda incitarle o acabarás como mi oreja —advirtió Carlos tirándose del inexistente lóbulo con una sonrisa maliciosa— Julia, sácalo de aquí, hoy quiero follarte solo yo —gritó destemplado. Ella lo agarró sin rechistar por el hombro y abrazada a él lo llevó hasta la puerta; dándole un largo beso en la boca se despidió.
—Otra vez será, Luis.
—Sí, eso espero —dijo mientras cerraba la puerta. El reloj marcaba las tres, le quedaban dos horas para la reunión y el pinchazo, quizás por el efecto de la coca regresó con virulencia. Después de regresar al coche agarró el móvil, tenía una perdida del subinspector —lo que me faltaba— masculló mientras giraba la llave.
El bar de Suso hervía de bullicio y la mugre se acumulaba en la barra. Un par de punkies jugaban dando giros a una botella de cerveza, sorteándose a quién le tocaba el siguiente tripi. Luis se puso a su lado hasta que llegó el camarero.
—¿Qué va a ser?
—Quiero hablar con Suso.
—Yo también, hace cuatro días que no lo veo y no responde al teléfono.
—¿Sigue viviendo donde siempre?
—Que yo sepa sí, pero yo no iría a su piso.
—¿Hay algún problema?
—No te imaginas cómo es cuando estás en su terreno.
—Sí, estás a su merced, lo sé…
—Entonces, tú mismo.
Salió del bar y tras callejear bajo la lluvia otra media hora llegó al apartamento. Al llamar, una voz de ultratumba le respondió en un oscuro farfulleo.
—¿Quién cojones es a estas horas?
—Soy Luis, el Tono… Ábreme. —respondió firme, tratando de ocultar el temor que iba creciendo en él. La puerta cedió con un zumbido y subiendo por el ascensor hasta la quinta planta encontró la puerta abierta. Suso gritó a lo lejos:
—¡Pasa y cierra tras de ti!—
Y, dando un portazo entró en sus dominios.
3
Suso estaba sentado en un sofá de cuero negro, en sus manos una navaja de afeitar bailaba dando vueltas de dedo a dedo al tiempo que le miraba fijamente a los ojos según se acercaba.
—Siéntate —le ordenó— Traes lo mío, ¿verdad?
—Así es —asintió Luis sacando la mercancía de su chaqueta; la posó con suavidad en la mesita.
—¿Y cómo el hijoputa de Carlos te manda a ti? —preguntó con cierta ironía.
—Y yo qué sé.
—Bueno, sea cual sea la razón y, ya que estás aquí… ¿Te gusta jugar a las cartas?
—Depende del juego.
—Este no lo conoces, pero seguro que te gusta —dijo entre risas mientras cogía de la estantería una baraja—. Coge una carta, mírala bien y sin que yo la vea vuelve a ponerla en mitad el mazo; si acierto a la primera te dejaré ir.
—¿Y si no?
—Te llevarás un corte cortesía de Suso por cada carta hasta que acierte.
—¿Y si me niego a jugar?
—No puedes, ni tampoco salir de aquí mientras yo tenga la llave de la puerta, por si no te has fijado he quitado el tirador, así que asúmelo y coge una carta.
—Luis, en un arranque de ansiedad cercana al terror trató de reducirle abalanzándose sobre él, pero Suso se zafó y de un certero puñetazo en el mentón lo dejó sin sentido. Cuando abrió los ojos vio como le había esposado por la espalda y amarrado sus piernas con una cinta azul.
—Ya que lo has querido así, cambio el juego, ahora yo seré el poli y tú el criminal que me va a decir quién vendió a Carlos.
—¡No te diré nada!
—Oh, sí… Claro que lo harás si quieres salir de aquí con vida —replicó Suso que, abriendo la navaja la pasó en un movimiento de zigzag por el pecho, la sangre comenzó a derramarse por su torso y Luis trataba de ahogar un grito de dolor que al fin surgió.
—¿Tienes algo que ver, verdad? —siguió aquel salvaje, pero Luis no respondió, sino que se limitó a mirar su enjuto rostro para acto seguido escupirle una flema espesa entre los ojos.
—Tú lo has querido —dijo furioso Suso. La navaja centelleó un instante antes de clavársela en la boca del estómago y repasar con ella su vientre hasta la cintura —Si sigo te quedarás sin descendencia, ¿quieres que siga?, ¿quieres decirme algo?
—Eres más feo que pegarle a un padre —fue su respuesta. Suso se echó a reír.
—Eso ya lo sé, cabrón, es lo que no sé lo que quiero oír y tú me lo dirás.
—Yo no tengo nada que ver.
—Pero sabes quién fue, seguro…
—¿Te crees que si lo supiera no te lo hubiera dicho ya?, no tengo amigos entre mis compañeros, no me costaría nada decírtelo a ti o a Carlos.
—Eso no me convence, y este juego me está gustando, ¿quieres que sigamos un poco más?
—Ya he dicho lo que sé… ¡Nada!
—No esperaba menos —replicó Suso alzando la hoja. Luego volvió a hundirla en el muslo de Luis que, ahora sí, gritó enérgicamente; le había atravesado un tendón y el dolor se hizo tan insoportable que se desvaneció escasos segundos después de aquel terrible alarido.
4
Luis despertó en el hospital, estaba conectado a todo tipo de maquinaria para controlar su estado, se sentía aturdido y cansado como si le hubiera pasado un tren por encima, a su lado se encontraba una enfermera y un poco más allá pudo ver al subispector García hablando distendidamente con Juan, cuando se dieron cuenta de que había recobrado la consciencia se acercaron.
—Has estado cerca, compañero —dijo afable Juan.
—Sí, media hora más y no hubieran podido hacer nada por ti —dijo García en un tono neutro— ¿Recuerdas algo?
—No, nada —mintió Luis— Solo sé que estaba camino de la comisaría cuando me asaltaron en un callejón del centro.
—Es extraño, pues te encontraron las afueras, cerca de las chabolas de San Juan. Así que te llevarían hasta allí en tu coche, habrá que revisarlo de arriba abajo.
—Puede desguazarlo si quiere, ya estaba hasta los cojones de que me dejase tirado por ahí —respondió Luis antes de hincharse a toser.
—Bueno, la salud no sé, pero el humor no lo has perdido al menos —sonrió Juan—. Será mejor que descanses, ya vendremos más tarde. Te dejo en buena compañía —dijo guiñando hacia la enfermera. Luis se echó a reír.
—Anda, marcharos ya, que el crimen sigue ahí, escondido, moviendo sus hilos en silencio…
—No te pongas poético, esto es muy serio, han estado a punto de matarte —dijo el subinspector.
—Lo sé, pero es mejor ver siempre las cosas con perspectiva, por cierto… ¿Qué fue de la reunión?
—Queda tranquilo, al final quedó en nada, como siempre que se mete el imbécil del sindicato de por medio.
—No esperaba menos de él—dijo Luis con ironía. Ellos asintieron y, dando media vuelta, se marcharon de la habitación dejándole con la enfermera.
—Señorita, ¿ha venido alguien más?
—Sí, una mujer joven, y muy guapa, con una larga melena vestida de rojo estuvo ayer de tarde se quedó como una hora a su lado —respondió ella con una voz melosa, casi infantil. Luego de cambiar el suero, salió de allí.
Luis abrió el cajón de la mesita, parecía vacío pero tras fijarse bien halló una nota pegada al lateral:
“Sé quién ha sido. Ahora cúrate esas heridas. Pronto tendrás que hacerme un último favor y estaremos en paz. C.“
Suspiró, sabía lo que se le venía encima dentro de la ficción y soledad en que se había convertido su vida, así que asumió su condición y lo que debía de hacer: sencillamente, guardar y mantener su silencio a cualquier precio…
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M. Á. M.
Interesante, te felicito. Miguel ängel Miguelez F.
ResponderEliminarGracias por tu felicitación Lupita, un placer que haya sido de tu agrado, amiga :D
EliminarUn abrazo.