La llamada
1
Aquella llamada no fue sino la confirmación
de todas sus sospechas. Tras colgar de un estrepitoso golpe el teléfono salió como alma que lleva el diablo de su
habitación, perdiéndose en la humeante oscuridad del pasillo. Su rostro,
siempre impasible, mostraba ahora cierta tensión cercana al frenesí que sentía
cernirse sobre él, y que irremediablemente llegó una vez hubo cruzado a
grandes pasos el vestíbulo del hotel.
La calle aparecía como un espectro de otra
época, una hilera de farolas iluminaba de forma mediocre su transitar veloz
entre la niebla camino de la gata azul.
Llegó a la media hora de recibir el aviso. Apoyadas en la puerta, las
prostitutas se le iban insinuando a medida que avanzaba cuando una se acercó de
más, agarrándole el miembro.
—¿Tienes prisa?, quedaos un rato conmigo tú y
tu amigo, parece que se alegra de verme —dijo mientras le apretaba con fuerza,
él la rechazó de un empujón.
—Vuelve a lo tuyo si no quieres
dormir en el calabozo esta noche —respondió con un gesto despectivo. De
improviso notó un dolor intenso en la nuca y, tras tambalearse por un instante,
cayó cuan largo era sobre la acera. Ella lo arrastró con dificultad entrando en
el asiento de atrás; el auto aceleró y al doblar la esquina desaparecieron
entre el tráfico constante de la autopista de circunvalación.
2
Mientras iba recobrando el conocimiento
Juan notó que estaba amordazado y atado a una incómoda silla de metal, enfrente
una larga silueta que le resultaba
extrañamente familiar estaba mirándolo fijamente. Nada más comenzar a hablar reconoció
su voz, pero era imposible que fuera él, él mismo lo había visto caer por el
acantilado hasta hundirse bajo las violentas aguas del cantábrico, él mismo lo
había arrojado y de pronto, tras doce años renacía delante de sí, con una
sonrisa maliciosa en su rostro.
—Parece que te sorprende verme, no debería;
bien sabes que la mala hierba nunca muere, pero antes de nada disculpa lo que
voy a hacer —dijo con una mueca irónica mientras tiraba de la cinta americana,
liberando sus labios— Necesito hacerte una pregunta y quiero que me respondas
la verdad, ¿por qué?
—Es mi trabajo.
—¿Tu trabajo es matar a tu mejor amigo porque
te lo dice tu superior?, no me vengas con esas… ¿Por qué?
—No tenía otra salida, éramos o tú o yo.
—Bien, no esperaba otra respuesta de un
cobarde como tú, así que lo daré por zanjado pero ahora, viejo amigo, no te
quedan salidas, vas a morir. No te diré cómo pues ni yo mismo lo sé, todo
depende de Irene.
—¿Qué pinta ella en todo esto? —preguntó Juan—
Fue ella quien te trajo hasta aquí, creo que en el fondo te odia más que yo.
—¡Imposible!
—Claro que es posible, era ella, la puta que
se te acercó, y a la que rechazaste otra vez, pero parece que no la
reconociste. Ni te imaginas lo que puede cambiar una persona cuando tiene motivos
para hacerlo y tú eres su motivo.
—¿Y por qué no me lo dice ella?
—Lo hará, a su debido tiempo, de momento te
ha traído a mí.
—¿Entonces la llamada…?
—Era un señuelo. Como todo pescador, hay que
tener paciencia a la hora de preparar los aparejos, tender el sedal y esperar a
que el cebo surta efecto y piquen, te conozco mejor que tú a mí.
—Permíteme dudarlo.
—Es tu última noche, tienes todo mi permiso —replicó
Lucas con sarcasmo—. En fin, ya es momento
de que me vaya y dé comienzo tu último acto.
—Se acercó a él y abriendo una navaja cortó
las ligaduras que le retenían, después desapareció por la puerta dejándole solo
en la espesa oscuridad de la habitación.
3
Juan trataba de acostumbrar la vista
a esa penumbra, enfrente apenas veía el contorno de una mesa y sobre ella un
vaso de agua medio lleno y un folio. Centrado en sus pensamientos iba dando
vueltas, tanteando las paredes hasta que dio con el interruptor, la luz le
hirió los ojos y se los tapó con la mano, poco a poco las fue retirando hasta
poder ver perfectamente la estancia. Las paredes desconchadas estaban repletas
de graffitis; pareciera que estuviera en una casa abandonada, pero dónde y cómo
saldría de allí. La garganta le quemaba así que cogió el vaso y apuró hasta la
última gota, después sentándose en la mesa comenzó a leer lo que estaba escrito
a máquina en aquel papel:
“Hola Juan, si has
bebido del vaso de agua te quedan solo dos horas de vida, salvo que llegues a
tiempo al lugar donde se encuentra el antídoto del veneno que acabas de probar.
La puerta está abierta, coge un taxi y ve al parque de la reina, allí
encontrarás otra nota como esta bajo una piedra, junto al tronco del roble
donde nos conocimos”
Juan salió corriendo y nada más
llegar a la carretera se dio cuenta de que estaba en mitad de ninguna parte, el
único edificio era la caseta prefabricada de la que acababa de huir. Tanteó sus
bolsillos y encontró el móvil, le quedaba un hilo de batería, llamó a la
compañía de taxis y mientras esperaba que llegara empezó a recordar a Irene y a
preguntarse qué era lo que había hecho para que le desease la muerte, entonces
empezó a entenderlo todo, ella había roto dos días después de deshacerse de
Lucas, se había ido con él seguro, y quizás ya estuviera con él desde antes.
Unos focos detuvieron en seco sus pesquisas.
El taxista y el taxi, un peugeot
407, parecían extraídos de una película de Almodóvar; la música de Manolo
Escobar atronaba el interior con el “Mi Carro” hasta hacer que la radio del
servicio fuese un murmullo ininteligible. El sujeto, con camisa hawaiana
llevaba anillos enormes de níquel luciendo ostentosamente horteras en cada dedo;
su barba, espesa y roja, le daba un aspecto entre lo bonachón lo ridículo y lo
demoníaco, sin decir palabra ni pensárselo demasiado Juan entró y se sentó de
copiloto.
—¿A dónde le llevo?
—Al parque de la reina, por favor —respondió—.
Póngase el cinto, que toavía nos quea un buen rato —dijo con una voz cascada de
tabaco.
Llegaron al parque tras media hora,
el taxista salió a otra carrera mientras Juan se adentraba por el parque que, a
esas horas, era un nido de yonquis y borrachos a cada cual más perdido.
Preguntándose si no sería todo una broma o una pesadilla reconoció las ramas
bajas donde había mirado por primera vez a esa jovencita a la que tanto había
amado y que ahora se convertía en su verdugo, pero ¿por qué?, ¿qué le había
hecho cambiar así? ¿acaso había cometido algún error imperdonable?...
En la base del tronco encontró el
papel y leyó las siguientes instrucciones:
“Si
has llegado hasta aquí, todavía te queda un buen trecho hasta dar con el
antídoto… ¿Recuerdas aquel bar?, ¿recuerdas nuestra canción? Ve allí y pide al
disc jockey que la ponga, tómate una cerveza sentado en la primera mesa y
espérame”
El estómago comenzó a darle vueltas como
una lavadora mientras caminaba hasta la
gata azul, dando tumbos y con la cara enrojecida entró en el pub donde
apenas había cuatro mamarrachos haciendo como que bailaban algo que sonaba parecido
a la danza del sable solo que con mucho más bombo, techno creo que le llaman, al
pobre Juan apenas le quedaba aire, pero haciendo un esfuerzo se acercó al
pinchadiscos para pedirle que pusiera Wish
you were here, este, muy a regañadientes y tras un buen rato de discusión
accedió, más por no soportarle que por otra cosa, hecho esto fue hasta la barra
como flotando y pidió una Murphy’s el camarero lo miró con desgana.
¿Está usted borracho? —preguntó— No,
solo quiero una cerveza.
—Mahou, San Miguel o Voll Damm.
—Una Voll Damm entonces.
—Sentándose a la mesa echó un trago
largo, tan largo que pareció perderse en el vacío ardiente de sus entrañas. De
pronto se detuvo el caos rítmico y empezaron a sonar los primeros acordes de
Pink Floyd, los recuerdos afloraron entonces en una lágrima que se derramó
lenta y trémula por su mejilla. Una mano la recogió con una caricia, era Irene.
—¿Por qué lo has hecho?, ¿qué te he
hecho o qué no he hecho?...
—¡Shhhh!... no le des más vueltas,
ahora te lo contaré todo, pero antes dame un beso —susurró a su oído. Juan alzó
los ojos y la vio, estaba tan radiante y tan diferente que parecía un ángel, la
abrazo con fuerza y se besaron en un interminable momento hasta que, de pronto,
la canción terminó, regresó el techno, cada vez a más volumen, más insoportable, más agudo e hiriente. Irene ya no estaba a su lado, se alejaba
como en una nube desvaneciéndose ante él, cuyo cuerpo comenzaba a caer sin
remisión a su final mientras en la mente y en su corazón se repetía una y otra
vez aquella pregunta sin respuesta:
—¿Por qué?...
Muy interesante y ameno el relato con una sutil interrogante al final , genial.
ResponderEliminarTe felicito. Miguel Ángel Miguelez Fernandez, un fuerte estrechon de mano.
Gracias Lupita, esa interrogante, ayayay.... queda como sorpresa para jugar con la interpretación que se le quiera dar... :)
EliminarUn abrazo.
Feliz finde.
Lo he leído de un tirón, expectante, buscando el desenlace final. Estupendo golpe de efecto me ha parecido la primera carta mecanografiada. Gracias por compatir.
ResponderEliminarGracias a ti por tus palabras Cati, un placer que te haya gustado :)
EliminarUn abrazo
Feliz fin de semana.