*
Te escucho tras el límite de un beso
transido de silencios, donde plugo
la savia del rosal, y el dulce yugo
de carne que me tiene iluso y preso.
No hay principio ni fin en el proceso
que dio conmigo en ti, y aquí conjugo
en juego de una sed en la que el jugo
de tu cáliz me sacia hasta el exceso.
Reconozco esa curva afín, lasciva,
que abraza la locura de mi boca
cuando gimes eterna de placer.
Reconoces mi ser, te sientes viva,
arqueas las vocales y la roca
se funde en tu interior al fin, mujer.
*
M.Á.M.
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