miércoles, 10 de diciembre de 2014

El descenso XXI












XXI







            Amada Inés, sé que no vendrás, y menos ahora con todo lo acontecido anteayer. Debo informarte de lo que en verdad sucedió en la mina para que el conde no tergiverse tu interpretación sobre los hechos en los que yo mismo estuve presente apoyando la causa ugetista pues los obreros del valle raro es el día que tienen dinero suficiente para alimentar a sus familias. Si pudiera bien sabes que vendería todo lo que tengo por no verlos sufrir tanta penuria, pero eso sería una solución sin futuro; lo sé, por eso sigo luchando para que los derechos que tú y yo firmamos al inicio de esta empresa y de los que se vieron privados tras el crédito vuelvan a tenerse en cuenta por parte de don Álvaro antes de que la situación estalle con nosotros dentro sin poder hacer nada. También quiero avisarte, el comité de huelga quedó en informar a Francisco del desarrollo de la convocatoria; a él se le hará entrega de esta, de modo que solo la recibas de su propia mano para nuestra seguridad ya que todo el correo que sale de Ilán está siendo interceptado.

            Todo comenzó en la tarde del 15, estábamos los tres capataces, el secretario del concejo  y yo reunidos; haciendo el balance general cuando Pedrín fue colocando pasquines con una caricatura de Romanones por todas las galerías; en ellos convocaba a  los empleados a asamblea para planificar la jornada de manifestación en el salón de actos del centro cívico a las 20:00h y allí me dirigí con tío Manuel. Todo el personal se hallaba sentado en sillas y hablaban entre sí a grandes voces, cada uno proponiendo una cosa; entramos y todos se giraron creando un silencio que se podía cortar con cuchillo. Manuel movió la mano indicándoles que siguieran y así lo hicieron calmando el momento de tensión. Pedrín tomó la palabra para dirigirse a mí:

            —Bienvenido José María, una sorpresa su visita; espero que traiga buenas noticias pues lo que a usted afecta a nosotros escuece.

            —Ojalá fuese así —respondí— pero nada nuevo sé, por lo que tengo entendido el incompetente de don Álvaro sigue apoltronado en su banco azul sin querer mover un solo dedo por ninguno de nosotros.

            —Mal se quiere a un país si se deja morir al pueblo —dijo Manuel.

            —Siéntense, caballeros —nos invitó José Ramón amablemente, es un viejo barrenero venido como muchos otros de La Robla hace cuatro años para la formación de los lugareños. Nos sentamos en la mesa, a la izquierda de Pedrín mientras este retomaba de nuevo su discurso.

            —Compañeros, acordado pues por la Unión y la Confederación el ejercicio conjunto de esta huelga y ya que estamos todos de acuerdo en secundarla y que el gobierno central mira para otro lado, hagamos de ella un ejercicio de fuerza y un toque de atención; un grito de lucha que sea escuchado por todo el país. No podemos quedarnos de brazos cruzados o, peor aún, arrodillarnos mientras la comida y la ropa se encarecen por encima de lo que podemos pagar. —El auditorio prorrumpió en aplausos hasta que Manuel pidió silencio—. La situación es insostenible, ayer mismo encontramos a Zacarías y sus tres hijos muertos por el frío tras haber sido desahuciado por el banco hipotecario. —Los aplausos se transformaron en un grito de indignación.

            —Está aquí el conde de Ilán, que diga pues, qué le parece —dijo uno de los picadores; yo lo miré y levantándome me dirigí a él— Hace ya dos años que perdí por privación el título y la propiedad de la mina, no así mis bienes que de sobra sabéis que siempre estarán a disposición de quien los precise. Y si hubiese sabido algo tened por seguro que nunca hubiera dejado que eso pasara. No necesito deciros  lo que opino de este gobierno ni los ideales que me han impulsado siempre, hace una semana mi esposa estuvo tratando el tema con Besteiro y pongo en vuestro conocimiento lo que a ella dijo; que dependiendo del resultado de la jornada del lunes pueden llevarse a cabo protestas de mayores dimensiones.

            —Esa sí es una buena noticia José María —habló Pedrin—, y un acicate para ponernos en marcha cuanto antes ¿Verdad, camaradas? —Dijo puño en alto dirigiéndose  a todos los allí presentes, quienes asintieron al unísono con un sonoro con el que salieron del salón repitiéndolo una y otra vez y cada vez más alto y enardecido:

“¡Sí!, ¡en marcha!... ¡Fuerza, valor y lucha!”

Al día siguiente Pedrín pasó por casa de mañana a advertirme que la guardia estaba recibiendo órdenes de reprimir a los manifestantes, me hallaba en la torre, divisando las montañas azules cuando entró. Decidimos ir al cuartel a comprobarlo por nuestros propios ojos, pero antes de salir me preguntó qué era lo que veía con tanto interés desde el mirador.

—El trono del diablo —le dije— me gustaría subir a él para poder divisar el paisaje desde allí.

—Conozco el sitio, he estado en su base más de una vez con mi padre, cuidando los rebaños pero nunca se me ocurrió ni se me ocurriría ascenderlo  —comentó— ni siquiera las cabras se acercan a su sombra, tiene algo siniestro.

—Desde aquí se ve majestuosa; es como si me llamara, de alguna manera.

—Es curioso —dijo con asombro—, yo también he sentido esa atracción más de una vez, pero después de haber estado durmiendo a su falda se me quitaron del todo.

—¿Por qué? —le pregunté.

—No me creería si se lo dijese, y tampoco deseo recordarlo; pero esa peña tiene el nombre que debe.

—¿Estás tratando de asustarme?

—No, señor  —respondió—, solo digo que en ella habitan todos los demonios, y solo buscan el alma de todo ser incauto que se le acerque.

—¡Tonterías!

—Ya le dije que no me iba a creer

—Te atreverías al menos a acompañarme hasta allí.

—Si así lo quiere lo haré, pero no me pida más; una vez en su base subir es cosa suya.

—De acuerdo entonces, ¿cuándo podríamos ir?

—Sobre agosto o septiembre es la mejor época, el resto del año el collado  de la cerca es o muy difícil o intransitable.

—Perfecto, en septiembre entonces. Así lo acordamos con un apretón de manos y, saliendo de la villa, cabalgamos en dirección al destacamento.

El teniente estaba sentado en la oficina del puesto jugando un solitario cuando llegamos. Nos recibió con su acostumbrada -y falsa- indiferencia.

—Buenos días don José, ¿Qué le trae por aquí?

—Buenos días teniente.

—Pedro, por favor; dejemos el tratamiento para cuando la ocasión lo merezca.

—Como quieras Pedro, me han informado que tienen órdenes de sofocar por cualquier medio la jornada del lunes.

—Así es.

—Y bien, ¿está dispuesto a hacerlo?

—Ni se me ocurriría; uno es un hombre de honor ante todo y ante todos, así me formen un consejo de guerra, que será lo más probable, pero antes eso que dirigir mis fuerzas contra gente inocente que solo quiere un poco de dignidad y saciar su hambre. Sabe de sobra que mis primos trabajan ahí y que yo tampoco soy capaz muchas veces de pagar la leche y los huevos, suerte que los ganaderos del valle siguen las instrucciones de repartir lo que les sobre entre aquellos que más la necesiten; santa fue su decisión en el último concejo y muchas vidas se salvaron gracias a ella.

—Imaginaba tu postura al respecto, pero tenía que cerciorarme después de la intranquilidad en que estaban sumidos todos cuando les di el aviso — dijo Pedrín satisfecho mientras asía su hombro en señal de respeto. El lo miró agradecido y los tres quedamos callados hasta que Pedrín, sonriente cogió la baraja y quitó los doses.

—¿Una partidita para celebrarlo?

—Si quieres perder, acepto —dijo Pedro con ironía. Estuvimos hasta la una de la tarde jugando a la escoba. Luego enfilamos el camino de vuelta cada uno por nuestro lado, esperando lo que nos podía deparar la jornada de huelga.

De hecho no sucedió gran cosa aquel día, al menos hasta que llegó a la bocamina un comandante del cuartel de artillería, con un regimiento. Allí estábamos, los mineros cada uno con su familia lanzando proclamas contra el gobierno, exigiendo sus derechos, y sobre todo un salario digno y acorde a los desorbitados precios. Yo con Manuel me mantenía firme, al lado de Pedro con  los suboficiales del puesto en perfecta formación. Aquel militar debió entender, pues tras ordenar descanso a la tropa se acercó y saludó como debe al teniente, este correspondió con el mismo gesto y el tratamiento preciso. Después de presentados comenzó a hablar con severidad.

—¿Sabe que está infringiendo órdenes del gobierno al permitir esta manifestación?

—Sí, mi comandante —Respondió Pedro—,   de sobra, y asumo las consecuencias.

—En ese caso no me queda más remedio que ponerle bajo arresto por insubordinación e informar de los hechos.

—Haga lo que deba, mi comandante; pero antes sepa que los aquí presentes están todos desarmados, así se ha comprobado por el destacamento. No creo necesario recordarle lo que esto supone para un guardia como yo.

—Lo sé, por eso solo le arrestaré a usted, y trataré de ser indulgente en mi informe, pero no le prometo nada.

—Se lo agradezco, mi comandante.

Se lo llevaron dos sargentos en custodia mientras el resto de la compañía lo miraba con gestos de admiración. El honor para un militar lo es todo, al fin y al cabo, y eso para cualquiera que lo entendiese no era sino orgullo  por la verdadera patria, esa que no está compuesta de historia o de himnos y banderas, sino de la gente humilde que la ha forjado con sus propias manos a sangre, fuego, sudor y lágrimas hasta llevarla al día de hoy.

A la mañana siguiente puse por escrito todo lo sucedido para hacértelo llegar con total seguridad por los miembros del partido para que no te quepan dudas de que lo que de verdad nos importa: el bien del valle de Ilán y el valor de aquellos que lo pueblan sigue aún intacto y perdurará aún después de todas las miserias en que nos hemos visto envueltos.

Quiero dedicarte estas últimas palabras a ti, mi vida, mi todo, mi amor. Se acercan tiempos difíciles, lo sé, pero quiero que todo este cúmulo de sentimientos que a los dos nos desbordan, especialmente cuando nos hallamos en la soledad del dormitorio, nos ayuden con su fuerza a resistir los violentos embates del tiempo  pues imposible sería la magna empresa del hombre que trata de vivir y enfrentarse a su trágico destino si lo hace sin el amor de su lado

¿Podría acaso proferir una palabra justa si este no lo alimentara en la paciencia y la esperanza?, ¿podrían cambiar sus mares o solo iría errante, navegando a tientas, ciego, sordo y mudo, sin ruta ni timón bajo su nave?, ¿sería algo más allá de su propia carne?, ¿sería su espíritu en algo perdurable? Sé que sabes la respuesta, como yo la sé, como sé que ambos supimos decir que sí y hacernos luz el uno al otro aún en la distancia. Conservemos pues lo que nos ha sido dado y hagamos que la vida nos sonría hasta el no final de las cosas, sino en el principio de todo lo que queda por venir. ¡Te Amo! Es esta la sentencia que nos ha sido impuesta de por vida  y ahora me doy cuenta, por fin que dulces son sus barrotes si me pienso y te pienso y te siento como te siento conmigo siempre a mi lado, Inés.

Un beso en tinta derramada por mis venas te escribo y al escribirlo te lo doy, mientras voy dibujando tus labios en la inmensa intensidad abierta a tu compás pues que late cada vez más en mí mi pasión por ti en mi corazón…





Pétalo de ababol
es tu beso de luz y primavera,
ascendente crisol
que carmín nos espera
después de las caléndulas, afuera.


Albura de jazmín
en el prado lejano do reposa
 tu aroma danzarín
lirio azul, labio rosa,
espuma de mujer que grácil osa



regresar, ver, sentir
el mágico esplendor sobre el papel
que el trazo de vivir
rezuma como miel
y endulza cada poro de la piel.





                                                    En Ilán, a 20 de diciembre de 1916

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