XXI
Amada
Inés, sé que no vendrás, y menos ahora con todo lo acontecido anteayer. Debo
informarte de lo que en verdad sucedió en la mina para que el conde no
tergiverse tu interpretación sobre los hechos en los que yo mismo estuve presente
apoyando la causa ugetista pues los obreros del valle raro es el día que tienen
dinero suficiente para alimentar a sus familias. Si pudiera bien sabes que vendería
todo lo que tengo por no verlos sufrir tanta penuria, pero eso sería una
solución sin futuro; lo sé, por eso sigo luchando para que los derechos que tú
y yo firmamos al inicio de esta empresa y de los que se vieron privados tras el
crédito vuelvan a tenerse en cuenta por parte de don Álvaro antes de que la
situación estalle con nosotros dentro sin poder hacer nada. También quiero
avisarte, el comité de huelga quedó en informar a Francisco del desarrollo de
la convocatoria; a él se le hará entrega de esta, de modo que solo la recibas
de su propia mano para nuestra seguridad ya que todo el correo que sale de Ilán
está siendo interceptado.
Todo comenzó en la tarde del 15,
estábamos los tres capataces, el secretario del concejo y yo reunidos; haciendo el balance general
cuando Pedrín fue colocando pasquines con una caricatura de Romanones por todas
las galerías; en ellos convocaba a los
empleados a asamblea para planificar la jornada de manifestación en el salón de
actos del centro cívico a las 20:00h y allí me dirigí con tío Manuel. Todo el
personal se hallaba sentado en sillas y hablaban entre sí a grandes voces, cada
uno proponiendo una cosa; entramos y todos se giraron creando un silencio que
se podía cortar con cuchillo. Manuel movió la mano indicándoles que siguieran y
así lo hicieron calmando el momento de tensión. Pedrín tomó la palabra para
dirigirse a mí:
—Bienvenido José María, una sorpresa
su visita; espero que traiga buenas noticias pues lo que a usted afecta a
nosotros escuece.
—Ojalá fuese así —respondí— pero
nada nuevo sé, por lo que tengo entendido el incompetente de don Álvaro sigue
apoltronado en su banco azul sin querer mover un solo dedo por ninguno de
nosotros.
—Mal se quiere a un país si se deja
morir al pueblo —dijo Manuel.
—Siéntense, caballeros —nos invitó José
Ramón amablemente, es un viejo barrenero venido como muchos otros de La Robla
hace cuatro años para la formación de los lugareños. Nos sentamos en la mesa, a
la izquierda de Pedrín mientras este retomaba de nuevo su discurso.
—Compañeros, acordado pues por la
Unión y la Confederación el ejercicio conjunto de esta huelga y ya que estamos
todos de acuerdo en secundarla y que el gobierno central mira para otro lado,
hagamos de ella un ejercicio de fuerza y un toque de atención; un grito de
lucha que sea escuchado por todo el país. No podemos quedarnos de brazos cruzados
o, peor aún, arrodillarnos mientras la comida y la ropa se encarecen por encima
de lo que podemos pagar. —El auditorio prorrumpió en aplausos hasta que Manuel
pidió silencio—. La situación es insostenible, ayer mismo encontramos a Zacarías
y sus tres hijos muertos por el frío tras haber sido desahuciado por el banco
hipotecario. —Los aplausos se transformaron en un grito de indignación.
—Está aquí el conde de Ilán, que
diga pues, qué le parece —dijo uno de los picadores; yo lo miré y levantándome
me dirigí a él— Hace ya dos años que perdí por privación el título y la
propiedad de la mina, no así mis bienes que de sobra sabéis que siempre estarán
a disposición de quien los precise. Y si hubiese sabido algo tened por seguro
que nunca hubiera dejado que eso pasara. No necesito deciros lo que opino de este gobierno ni los ideales
que me han impulsado siempre, hace una semana mi esposa estuvo tratando el tema
con Besteiro y pongo en vuestro conocimiento lo que a ella dijo; que dependiendo
del resultado de la jornada del lunes pueden llevarse a cabo protestas de
mayores dimensiones.
—Esa sí es una buena noticia José
María —habló Pedrin—, y un acicate para ponernos en marcha cuanto antes
¿Verdad, camaradas? —Dijo puño en alto dirigiéndose a todos los allí presentes, quienes
asintieron al unísono con un sonoro con el que salieron del salón repitiéndolo
una y otra vez y cada vez más alto y enardecido:
“¡Sí!, ¡en marcha!... ¡Fuerza, valor y lucha!”
Al día siguiente Pedrín pasó por casa de mañana
a advertirme que la guardia estaba recibiendo órdenes de reprimir a los
manifestantes, me hallaba en la torre, divisando las montañas azules cuando
entró. Decidimos ir al cuartel a comprobarlo por nuestros propios ojos, pero
antes de salir me preguntó qué era lo que veía con tanto interés desde el
mirador.
—El trono del diablo —le dije— me gustaría
subir a él para poder divisar el paisaje desde allí.
—Conozco el sitio, he estado en su base más de
una vez con mi padre, cuidando los rebaños pero nunca se me ocurrió ni se me
ocurriría ascenderlo —comentó— ni
siquiera las cabras se acercan a su sombra, tiene algo siniestro.
—Desde aquí se ve majestuosa; es como si me
llamara, de alguna manera.
—Es curioso —dijo con asombro—, yo también he
sentido esa atracción más de una vez, pero después de haber estado durmiendo a
su falda se me quitaron del todo.
—¿Por qué? —le pregunté.
—No me creería si se lo dijese, y tampoco deseo
recordarlo; pero esa peña tiene el nombre que debe.
—¿Estás tratando de asustarme?
—No, señor
—respondió—, solo digo que en ella habitan todos los demonios, y solo
buscan el alma de todo ser incauto que se le acerque.
—¡Tonterías!
—Ya le dije que no me iba a creer
—Te atreverías al menos a acompañarme hasta
allí.
—Si así lo quiere lo haré, pero no me pida más;
una vez en su base subir es cosa suya.
—De acuerdo entonces, ¿cuándo podríamos ir?
—Sobre agosto o septiembre es la mejor época,
el resto del año el collado de la cerca
es o muy difícil o intransitable.
—Perfecto, en septiembre entonces. Así lo acordamos
con un apretón de manos y, saliendo de la villa, cabalgamos en dirección al
destacamento.
El teniente estaba sentado en la oficina del
puesto jugando un solitario cuando llegamos. Nos recibió con su acostumbrada -y
falsa- indiferencia.
—Buenos días don José, ¿Qué le trae por aquí?
—Buenos días teniente.
—Pedro, por favor; dejemos el tratamiento para
cuando la ocasión lo merezca.
—Como quieras Pedro, me han informado que
tienen órdenes de sofocar por cualquier medio la jornada del lunes.
—Así es.
—Y bien, ¿está dispuesto a hacerlo?
—Ni se me ocurriría; uno es un hombre de honor
ante todo y ante todos, así me formen un consejo de guerra, que será lo más
probable, pero antes eso que dirigir mis fuerzas contra gente inocente que solo
quiere un poco de dignidad y saciar su hambre. Sabe de sobra que mis primos
trabajan ahí y que yo tampoco soy capaz muchas veces de pagar la leche y los
huevos, suerte que los ganaderos del valle siguen las instrucciones de repartir
lo que les sobre entre aquellos que más la necesiten; santa fue su decisión en
el último concejo y muchas vidas se salvaron gracias a ella.
—Imaginaba tu postura al respecto, pero tenía
que cerciorarme después de la intranquilidad en que estaban sumidos todos
cuando les di el aviso — dijo Pedrín satisfecho mientras asía su hombro en
señal de respeto. El lo miró agradecido y los tres quedamos callados hasta que
Pedrín, sonriente cogió la baraja y quitó los doses.
—¿Una partidita para celebrarlo?
—Si quieres perder, acepto —dijo Pedro con
ironía. Estuvimos hasta la una de la tarde jugando a la escoba. Luego enfilamos
el camino de vuelta cada uno por nuestro lado, esperando lo que nos podía
deparar la jornada de huelga.
De hecho no sucedió gran cosa aquel día, al
menos hasta que llegó a la bocamina un comandante del cuartel de artillería, con
un regimiento. Allí estábamos, los mineros cada uno con su familia lanzando
proclamas contra el gobierno, exigiendo sus derechos, y sobre todo un salario
digno y acorde a los desorbitados precios. Yo con Manuel me mantenía firme, al
lado de Pedro con los suboficiales del
puesto en perfecta formación. Aquel militar debió entender, pues tras ordenar
descanso a la tropa se acercó y saludó como debe al teniente, este correspondió
con el mismo gesto y el tratamiento preciso. Después de presentados comenzó a
hablar con severidad.
—¿Sabe que está infringiendo órdenes del
gobierno al permitir esta manifestación?
—Sí, mi comandante —Respondió Pedro—, de sobra, y asumo las consecuencias.
—En ese caso no me queda más remedio que
ponerle bajo arresto por insubordinación e informar de los hechos.
—Haga lo que deba, mi comandante; pero antes
sepa que los aquí presentes están todos desarmados, así se ha comprobado por el
destacamento. No creo necesario recordarle lo que esto supone para un guardia
como yo.
—Lo sé, por eso solo le arrestaré a usted, y
trataré de ser indulgente en mi informe, pero no le prometo nada.
—Se lo agradezco, mi comandante.
Se lo llevaron dos sargentos en custodia
mientras el resto de la compañía lo miraba con gestos de admiración. El honor
para un militar lo es todo, al fin y al cabo, y eso para cualquiera que lo
entendiese no era sino orgullo por la
verdadera patria, esa que no está compuesta de historia o de himnos y banderas,
sino de la gente humilde que la ha forjado con sus propias manos a sangre,
fuego, sudor y lágrimas hasta llevarla al día de hoy.
A la mañana siguiente puse por escrito todo lo
sucedido para hacértelo llegar con total seguridad por los miembros del partido
para que no te quepan dudas de que lo que de verdad nos importa: el bien del
valle de Ilán y el valor de aquellos que lo pueblan sigue aún intacto y
perdurará aún después de todas las miserias en que nos hemos visto envueltos.
Quiero dedicarte estas últimas palabras a ti,
mi vida, mi todo, mi amor. Se acercan tiempos difíciles, lo sé, pero quiero que
todo este cúmulo de sentimientos que a los dos nos desbordan, especialmente
cuando nos hallamos en la soledad del dormitorio, nos ayuden con su fuerza a
resistir los violentos embates del tiempo
pues imposible sería la magna empresa del hombre que trata de vivir y
enfrentarse a su trágico destino si lo hace sin el amor de su lado
¿Podría acaso proferir una palabra justa si
este no lo alimentara en la paciencia y la esperanza?, ¿podrían cambiar sus
mares o solo iría errante, navegando a tientas, ciego, sordo y mudo, sin ruta
ni timón bajo su nave?, ¿sería algo más allá de su propia carne?, ¿sería su
espíritu en algo perdurable? Sé que sabes la respuesta, como yo la sé, como sé que
ambos supimos decir que sí y hacernos luz el uno al otro aún en la distancia.
Conservemos pues lo que nos ha sido dado y hagamos que la vida nos sonría hasta
el no final de las cosas, sino en el principio de todo lo que queda por venir.
¡Te Amo! Es esta la sentencia que nos ha sido impuesta de por vida y ahora me doy cuenta, por fin que dulces son
sus barrotes si me pienso y te pienso y te siento como te siento conmigo
siempre a mi lado, Inés.
Un beso en tinta derramada por mis venas te
escribo y al escribirlo te lo doy, mientras voy dibujando tus labios en la inmensa intensidad
abierta a tu compás pues que late cada vez más en mí mi pasión por ti en mi
corazón…
Pétalo de ababol
es tu beso de luz y
primavera,
ascendente crisol
que carmín nos espera
después de las caléndulas,
afuera.
Albura de jazmín
en el prado lejano do
reposa
tu aroma danzarín
lirio azul, labio rosa,
espuma de mujer que grácil
osa
regresar, ver, sentir
el mágico esplendor sobre
el papel
que el trazo de vivir
rezuma como miel
y endulza cada poro de la
piel.
En
Ilán, a 20 de diciembre de 1916
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