lunes, 1 de diciembre de 2014

El descenso XV














XV






Astorga, al igual que Rosa, amanecía resplandeciente cuando llegamos a la plaza Mayor; eso sí, la helada era terrible. Juan Zancuda y Colasa se mantenían impertérritos allá arriba con los mazos preparados y al pasar por debajo de la fachada descargaron contra la campana; resonó por siete veces, y tan fuerte que pudimos sentir el eco dentro de nosotros. Tras tomar un café nos dirigimos al hostal; estaba regentado por Alicia, una viuda que pasaba de los cincuenta y vieja amiga de mi madre; entrada en carnes pero llena de energía y mucha, mucha labia.

—Buenos días, señorito Alejandro—,  me recibió con un par de besos en las mejillas—. Hará ya diez o doce años que no lo veía, era poco más que un chiquillo estirado por aquel entonces y mírese ahora convertido en todo un Don Juan… Y tú debes ser Rosa, ¿verdad?—.  Ella asintió con una sonrisa de circunstancias y Alicia le estampó otro par de besos—  Bueno, bueno, pasen; deben de estar cansados con tanto viaje; recuerdo todavía las cuestas y recurvas del puerto para llegar hasta el valle de sus padres, qué odisea cuando fuimos hará cuarenta años en la carreta mi marido y yo, y Luisa nos salió al encuentro montada a caballo… ¿No ha querido venir?, porque tenía tanto y tanto que hablar con ella de cuando eramos chavalas y ya no tan chavalas claro—, y se echó a reír pero al poco se contuvo, había notado la seriedad que se dibujaba en nuestros rostros.

—Sufrió un accidente ayer por la mañana, Alicia; está ingresada en el provincial y va a necesitar silla de ruedas de por vida.

—¡Ay Dios, señorito, eso es terrible! —,  exclamó entre lágrimas— Con lo echada pa’lante que era ella se le va a venir el mundo encima.

—A nosotros ya se nos vino… pensé—.  Si no le importa, ¿podría darnos la llave? Necesitamos una ducha cuanto antes.

—Por supuesto señorito.

—Llámeme Álex…

—Claro, claro.

—¿A qué hora estará la comida?—,  preguntó Rosa.

—A partir de las dos y hasta las cuatro cuando quieran—,  dijo Alicia mirándola con otra sonrisa. Parecíera que hablar del trabajo le devolvía la serenidad—.  Hoy tenemos cocido o bien ensaladilla con filete de ternera de segundo; personalmente le recomiendo el cocido,  palabra de cocinera.

—Entonces cocido para los dos—. Dijo Rosa devolviéndole la sonrisa.

Subimos los tres a la habitación; era en realidad un pisito de tres habitaciones y un baño; tampoco nada del otro mundo, más bien tirando a austero, pero bastante amplio y cómodo y, eso sí, las vistas hacia el Teleno eran espectaculares.

            —Bien— dijo Alicia—, yo les dejo que se acomoden, tengo muchas cosas que hacer todavía,  pero más tarde me gustaría hablar con ustedes.

            —Por supuesto— le dije y, girando sobre sí, se marchó a buen paso dejándonos solos; Rosa y yo nos miramos por un instante a los ojos.

            —Ve tu primero, Alex, ya sabes lo que tardo luego en salir; mientras tanto yo desharé las maletas.

            —De acuerdo, contesté y, entrando en el baño, abrí el grifo. Me refresqué la cara un momento en el labavo para, después de secarme despacio frente al espejo, cerrar la puerta, desnudarme y limpiar cuerpo y espíritu bajo la tibia caricia del agua.



















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