XV
Astorga, al igual que Rosa, amanecía resplandeciente
cuando llegamos a la plaza Mayor; eso sí, la helada era terrible. Juan Zancuda y
Colasa se mantenían impertérritos allá arriba con los mazos preparados y al
pasar por debajo de la fachada descargaron contra la campana; resonó por siete
veces, y tan fuerte que pudimos sentir el eco dentro de nosotros. Tras tomar un
café nos dirigimos al hostal; estaba regentado por Alicia, una viuda que pasaba
de los cincuenta y vieja amiga de mi madre; entrada en carnes pero llena de
energía y mucha, mucha labia.
—Buenos días, señorito Alejandro—, me recibió con un par de besos en las mejillas—.
Hará ya diez o doce años que no lo veía, era poco más que un chiquillo estirado
por aquel entonces y mírese ahora convertido en todo un Don Juan… Y tú debes
ser Rosa, ¿verdad?—. Ella asintió con
una sonrisa de circunstancias y Alicia le estampó otro par de besos— Bueno, bueno, pasen; deben de estar cansados
con tanto viaje; recuerdo todavía las cuestas y recurvas del puerto para llegar
hasta el valle de sus padres, qué odisea cuando fuimos hará cuarenta años en la
carreta mi marido y yo, y Luisa nos salió al encuentro montada a caballo… ¿No
ha querido venir?, porque tenía tanto y tanto que hablar con ella de cuando
eramos chavalas y ya no tan chavalas claro—, y se echó a reír pero al poco se
contuvo, había notado la seriedad que se dibujaba en nuestros rostros.
—Sufrió un accidente ayer por la mañana, Alicia; está
ingresada en el provincial y va a necesitar silla de ruedas de por vida.
—¡Ay Dios, señorito, eso es terrible! —, exclamó entre lágrimas— Con lo echada pa’lante
que era ella se le va a venir el mundo encima.
—A nosotros ya se nos vino… pensé—. Si no le importa, ¿podría darnos la llave? Necesitamos
una ducha cuanto antes.
—Por supuesto señorito.
—Llámeme Álex…
—Claro, claro.
—¿A qué hora estará la comida?—, preguntó Rosa.
—A partir de las dos y hasta las cuatro cuando quieran—,
dijo Alicia mirándola con otra sonrisa.
Parecíera que hablar del trabajo le devolvía la serenidad—. Hoy tenemos cocido o bien ensaladilla con
filete de ternera de segundo; personalmente le recomiendo el cocido, palabra de cocinera.
—Entonces cocido para los dos—. Dijo Rosa
devolviéndole la sonrisa.
Subimos los tres a la habitación; era en realidad un pisito
de tres habitaciones y un baño; tampoco nada del otro mundo, más bien tirando a
austero, pero bastante amplio y cómodo y, eso sí, las vistas hacia el Teleno
eran espectaculares.
—Bien— dijo Alicia—, yo les dejo que
se acomoden, tengo muchas cosas que hacer todavía, pero más tarde me gustaría hablar con ustedes.
—Por supuesto— le dije y, girando
sobre sí, se marchó a buen paso dejándonos solos; Rosa y yo nos miramos por un
instante a los ojos.
—Ve tu primero, Alex, ya sabes lo
que tardo luego en salir; mientras tanto yo desharé las maletas.
—De acuerdo, contesté y, entrando en
el baño, abrí el grifo. Me refresqué la cara un momento en el labavo
para, después de secarme despacio frente al espejo, cerrar la puerta,
desnudarme y limpiar cuerpo y espíritu bajo la tibia caricia del agua.
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