VII
Madrid, a 1 de octubre de 1916
Amado mío, debes de tranquilizar tu ánimo, los dos decidimos esto por el bien de la familia y de sobra sabes que si pudiera dejaría toda esta mascarada palaciega que odio cada día más para ir contigo, pero ahora debo permanecer aquí, sirviente a don Álvaro, llevando adelante acciones que quiera Dios perdonarme algún día, pues distan de ser adecuadas a una dama de mi estirpe. No quiero seguir el tema, me da náusea y seguro alimentará al monstruo que te inquieta allí, en la austera soledad del valle. Quizás debieras hacer algo de ejercicio, el sueño suele venir y resultar más satisfactorio cuando se busca dentro de un cuerpo exhausto; una caminata o un paseo a caballo por los alrededores, luego ya me contarás qué tal, pero bueno es siempre estar ocupado para no darle vueltas a la cabeza siempre en el mismo sentido hasta que lo pierdas, perdiéndote y haciéndomelo perder a mí contigo, pues yo también te amo con todo mi corazón y todo mi ser, y no hay día que no te piense o imagine de aquí para allá, pensando en mí, amándome y eso me conforta, como lo hace el Señor, que nos ha bendecido con este amor inmenso que nos tenemos Chemita.
Esta ciudad es una locura y una belleza al mismo tiempo. Siempre cambiante, pareciera que las obras nunca fueran a terminar para comenzar las siguientes; y menos mal que somos neutrales en la Guerra (eso sobre el papel, si yo te contara...) de lo contrario me pregunto de dónde sacarían el dinero para tanta empresa, ¿dejarían quizás otra vez y como casi siempre las cosas a medias para emplearlo en cañones, armas y balas...? En fin, prefiero no divagar y aburrirte con la letanía que se me viene a la cabeza cada vez que pienso en todos los males que afectan a esta malnutrida patria, llena de fe y falta de pan, pero sobre todo de alguien que sepa dirigirla con algo de criterio...
Me encanta pasear, cuando el tiempo me lo permite, por el Retiro a media tarde, escuchar el canto de los pájaros aquí y allá sobre las amplias copas de los árboles, el sonido del agua fluyendo por las fuentes, nacaradas a la luz del mediodía pero, sobre todo, ver y admirar durante largos minutos la blanquísima estatua de García I; con su rostro tan fidedignamente plasmado como si Boiston se hubiera guiado por el grabado que descansa en la cripta de nuestra familia y que los soldados franceses no llegaran a profananar cuando los Bonaparte se metieron en camisa de once varas tratando de imponer su propia ley a sangre y fuego por toda Europa y parte de África.
Y entonces me viene sin avisar tu imagen a la mente y el tiempo se detiene; y me deleita pensarte, sentirte y sentirme amada y recordar aquel tiempo en que todo era más fácil, sin tantos compromisos, sin tantas preocupaciones, dichosos los dos de tenernos y sabernos bajo el sino de un amor sincero y entregado. Nunca me sentiría mal, pero me preocupa que te obsesiones hasta el punto de perder la razón, siempre has tenido una mente despierta y aguda, y un corazón inmenso y sensible; y por eso, además de por tu hombría, es por lo que te quise, te sigo queriendo y sí, nunca lo dudes, siempre te querré con la misma intensidad, pasión y ternura con que nos conocimos.
Recuerdo perfectamente ese verso, mi vida, lo recito de memoria como todos los que nos escribiéramos en la librería de los vientos, ¿Recuerdas tú este?
De todas las andanzas sobre mí
hay una que supera a las demás,
pues firme con tus trazos los quizás
hollaste poco a poco hasta que así,
labrada a carne viva, yo me vi
tatuaje de un amor donde jamás
la piel inmaculada contendrás
de sangre esta pasión en carmesí.
Y, juntos, escarlatas que después
de hacer de cada sombra blanca luz;
desnudas nuestras hojas, haz y envés
en ramas desfloradas, el cazuz
reptante, como lazo y sin porqués,
atonos a un placer de llaga y cruz.
Así, mi amor, así y no de otra manera te sigo amando, necesitando y hasta adorando sobre todas las cosas de este mundo; haciendo de ti mi devoción y anhelo; mi único y auténtico sueño, vivo y celeste. Aquí adentro, muy adentro de mi pecho permaneces haciendo que siga adelante mi ilusión de mujer amante y amada y el dolor de la distancia se mitigue, pues también lo siento, Chemita, no te haces una idea...
Nunca lo olvides ni te olvides de mí, pues entonces moriría todo lo que fuimos y somos. Con todo mi corazón tu amada y amante esposa.
El descenso - (c) - Miguel Angel Miguélez Fernández
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