IV
El comedor rebosaba de alegría esa nochebuena y todos parecían disfrutar de la opípara cena que madre había preparado con tanto esmero como solía tener en todo; tío Julián se divertía con Martín y Andrés mientras bromeaba acerca de los regalos que les habría tocado en suerte a cada uno. En la chimenea francesa ardían varias ramas gruesas de encina, despidiendo un agradable calor que animaba a todos a seguir brindando por el pasado y lo que tuviera que venir. Rosa sostenía su copa de vino con una sonrisa y cierto halo de inquietud se dibujaba en sus ojos, a su lado estaba Luisa, nuestra madre, que observaba con beneplácito y satisfacción cómo íbamos saboreando sus deliciosos mazapanes. Se quedó mirándome a los ojos fijamente para acto seguido, con un gesto sutil susurrar algo al oído a Rosa; ambas comenzaron a recoger los platos con celeridad y desaparecieron camino de la cocina para regresar al poco rato, justo cuando brusco sonó el seco ruido del corcho por los aires.
- Y bien, Alex - me dijo Julián con un tono neutro, como queriendo romper el hielo - ¿Ya tienes pensada una nueva aventura de esas que te gustan?
- Algo he mirado por aquí cerca; después de aquella ascensión al Annapurna he quedado escaldado, no quiero ni una más de esas expediciones gigantescas donde los Sherpas te hagan todo el trabajo y encima tengas que pedir vez para llegar a la cima como si estuvieras en una pescadería; lo siguiente será algo más modesto, pero no menos complicado. La única forma de sentirse verdaderamente satisfecho al lograr superar cualquier reto es llevarlo a cabo por propia mano desde el principio.
Aquel rostro afable, barbudo y bonachón escondía tras sus ojos un oscuro fuego que dejaba ver la sagacidad de un espíritu cabal como pocos. Volvió a preguntar sonriente - ¿Y qué habías mirado de por aquí?, porque poco habrá que colme tus expectativas...
- Pues estaba pensando en ascender la única montaña que queda sin dominar en todo el territorio, una pared de arenisca que se alza justo en el norte de este mismo valle y que los de aquí llaman El trono del diablo; siempre me llamó mucho la atención que nadie la hubiera pisado ni aparezcan intentos por parte de algún alpinista.
La mirada de Julián cambió como de la noche al día, se quedó callado por un instante de tensión que recordaré siempre, nunca lo había visto así. Al poco comenzó de nuevo a hablar con un tono bajo, como murmurando, tratando de que nadie más escuchase lo que iba a decirme.
- Será porque ninguno ha regresado de allí... Hazme caso en esto; olvídate de ese peñasco maldito y busca otras empresas. - Pero, ¿por qué?, le pregunté - Yo me voy ahora a dejar los regalos bajo el árbol y luego llamaré por teléfono a los mozos para que vengan pasado mañana; cuando se hayan ido todos te espero en la biblioteca y trataremos el tema, este no es lugar para hablar sobre ello.
El descenso - (c) - Miguel Angel Miguélez Fernández
No hay comentarios:
Publicar un comentario