(Versos alejandrinos)
*
Mis manos han palpado la dicha de la nieve
allí donde se esconden los sueños; en la luz
del sur que, carne a espíritu, despierta una vez más
misterios del reflejo del ser y su verdad.
Nací sin ilusiones, cercano a mí febrero,
y puede que así fuera: que quiso ser primero
el tiempo que atisbé de Asturias cada umbral,
mas fue la sinrazón de hacerme entre sus prados,
un límite fecundo por ver verdes los hados
alzarse sobre mí, y así en mi desespero
de hacer del niño un hombre, lo maté bajo el huero
rincón junto a esa ría donde creí crecer
tras hierros y pescados: la ruina de mi ser.
Y aquel albor azul que fui y nunca se irá,
vistió de redención los mares agitados,
que hoy claman con nostalgia al ritmo de los grados
obtusos de un vocablo sin acento tonal
cuyo significado, camino de Llaranes,
está pronto a perderse bajo la espesa niebla
de un otoño distante que a veces me regresa
como esa lluvia fina, apenas perceptible,
que cala tan profundo como el postrer silencio
donde el olvido nace, por fin y sin final,
donde las soledades igualan a los hombres
donde la muerte anuncia que acaso alguna vez
albergamos la fuerza, la esperanza y pasión,
y el placer de sentir de la vida el amor
sellado ahora en mármol. Los cipreses vigilan
el sendero que habremos de seguir, y a su sombra
hallaremos descanso; La tarea termina
pero nunca la vida. Pues acaso las flores
que yacen entre el polvo recojan nuestra esencia
para poder brotar y así, en ellas, seamos
por un tiempo sin tiempo, o en un mundo mejor
donde la nieve caiga y su dicha persista
como en mi corazón que late junto a ella
y guarda su recuerdo donde aquello que importa:
al lado de la llama para que no se extinga
mientras se evade el humo de aquellas escaleras
que vuelven otra vez a preparar el paso
humilde del que viene, la cruz sobre sus hombros,
hasta que sea en todo, o en nada, su quimera.
El parque de Ferrera con sus insignes árboles
ya pronto me despide. Se cierra mi paraguas
bajo los soportales de Rivero. Apenas
pasa nadie, la tarde moribunda secuestra
algunas luces rojas y un blues barriobajero
las hace suyas, mías, de todos y de nadie.
Quizás un día vuelva, quizás espere a nunca
Ahora es el momento de desaparecer
en la noche que avanza, con su sonrisa blanca,
el beso de un mañana incierto y me descubre
que la vida es la calle y la muerte el hogar.
*
M. Á. M.
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