viernes, 24 de julio de 2015

Carta abierta



















I







Es curioso cómo el tiempo nos enfrenta a lo que somos mientras todo lo demás y los demases se corrompen poco a poco en el esperma trágico y furioso del que procedemos y al que invariablemente nos eyacularán las horas, las distancias, las desdichas, los fracasos, las derrotas y la última victoria del amor como una batidora que lo va mezclando todo sin compasión alguna en la turbia vagina de los sentimientos. 

No tengo noción alguna de tu aroma, ese tipo de sensaciones deberíamos vivirlas una vez para así luego poder recordarlas para siempre en su más íntima esencia y, casi siempre, en el momento más insospechado; tal y como aparecen y permanecen los recuerdos que de verdad merecen la pena. Pero lo cierto, si he de ser sincero, es que me excita sobremanera tan solo el pensar en la dulce fragancia de tu sudor cerca de la medianoche, cuando sé que estás pensando en mí y el algodón de las sábanas se adhiere a tu piel desnuda, tersa y morena, como una serpiente turquesa y lasciva que va reptando y recorriendo cada curva y por tu espalda hasta encender la lámpara de todos los deseos y echarlos a volar como palomas mensajeras a un destinatario tan cercano a tu torso como desconocido a tus adentros, y así caliente, solo y caliente me interno en su misterio y vuelo a través de ellos y me rompo y vivo y muero y renazco de nuevo sobre ti y siempre en ti, raíz de mí, cuadrado de todo, círculo perfecto, cero, uno, dos...Todo del revés y el revés en la nada. 

Entonces el agua y el viento nos abrazan en el azul de una pared recién pintada de aire, y en ella dibujamos besos y luces de colores inauditos bajo la sombra de un universo que sigue implacable su voraz camino, contemplando onanista y silencioso cómo el mundo continúa su eclíptica trayectoria descendente hacia el orgasmo gravitacional sin pararse a pensar en aquello que acaso le espera a los insignificantes seres que lo habitan, ilusos ellos del poder del día pues la noche tiene alma de amante, domina al corazón y tarde o temprano lo desvirga y su dolor les escuece como un sol de arañas en la boca o una luna de leche que amarga en el costado. 

Nunca lo que fuimos importó, y ya no importa, porque todo cambia y ha cambiado y nosotros con el todo que formamos hoy con nuestras manos, ya solo importa, y solo somos, tú y yo, en una eterna caricia de barro. 

Así es, amor, y cuánto no daría por estar ahora mismo yo a tu lado...












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