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Urdimbre del letal abecedario
sin mácula ni báculo. Señor
del viento en la tormenta sin horario,
decrépita corteza posterior.
Cadáver inconexo de palabras,
elástica la soga en torno al cuello,
hirientes las quijadas que macabras
sonríen de perfil al descabello.
Un guiño léxico su luz; sus cuencas,
vacías de la suma de los días,
arrastran las arenas ibicencas
al fondo de los mares y agonías.
El árbol se desnuda de las hojas;
la lluvia, una metáfora de calma,
sacude los instantes que me arrojas,
memoria, tú, miserias sobre el alma.
Mas pronto he de partir por dos el pecho
dispuesto a sentenciar cada minuto
en naves que, del tiempo, sean lecho
y red del corazón: pasión y fruto.
Bajel errante, déjote sincero
mi cuero, fiel de sueños y desdichas,
mi mástil ya quebrado y mi bichero
de voces contrapuestas y redichas.
Quizás alguna noche te sugiera
la costa, ante el espejo de la luna:
mi cuerpo, fértil pez de primavera;
mi espíritu, poema a la fortuna.
He visto el horizonte de la vida,
morir es la razón por la que sigo.
Delante está el amor, detrás la herida
y enmedio la tormenta de testigo.
*
M. Á. M.
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