lunes, 15 de diciembre de 2014

El descenso XXV






















XXV











            Vicente  me dijo algo muy extraño cuando le pregunté qué tal estaba:
—No dejes que el dragón termine por devorar al tiempo—
El vino de su copa debía de haberse picado, pensé. Luego de apurarlo de un trago volvió a desvariar con un tono de charlatán de feria, haciendo aspavientos con la mano izquierda mientras apoyaba el codo en la barra.
—Mi hijo conoce a Gaspar desde que eran enanos, es buena gente; algo huraño y callado cuando no está en confianza, pero muy trabajador. Además ya sabes mi opinión de la Pepa; de lo que te diga créete la mitad y de esa mitad las tres cuartas partes serán invenciones suyas.
—¿La Pepa?, ¿esa no era una gaditana?
—Eso dicen, y muy liberal —replicó— Ah, si Espartero levantara cabeza.
—Sí, como el ísimo, no te jode… Deja a los militares p’allá que bastantes hemos tenido.
—¿Otra cerveza? —Preguntó Fran.
—No, gracias —dije— mejor un mus; ¿hace?
—No hay mus —sonrió.
—Lo que sí que sé seguro de él es que le daba a la marihuana con Paquito, antes de que lo encerraran, igual se refería a eso.
—Bueno, un par de porros no hacen malo a nadie.
—Vendía, pero no se le daba bien.
—¿Sabes si sigue haciéndolo?
—Su madre murió hace cinco años —dijo Fran con seriedad—, creo que vendió el piso que tenía en Mieres y se instaló en Pumarín. No sé, será que le gusta la capital —comentó mientras limpiaba la cafetera—, ya antes vivía de alquiler en un edificio a dos manzanas de Salesas.
—¿Entonces también lo conoces?
—Conocía más a su madre, era una buena cliente; siempre venía a las siete a tomarse un cortado con Julia.
—¿Julia?, ¿quieres decir “tu Julia”?
—¿Quién iba a ser si no?
—¿Y sabes algo del asunto?
—Nada que no te haya dicho ya Vicente —respondió de espaldas, luego giró sobre sí y comenzó a limpiar la barra con una bayeta amarilla— ¿Cómo le va a Luisa?
—Bien, cada vez más animada, gracias por preguntar por ella.
—De nada Jorge; mi hermana y ella siempre fueron muy amigas, si estuviera aquí fijo que habría ido a ayudarla sin pensarlo.
—Lo sé, también era muy amiga mía.
—Más que eso, cabroncete —sonrió—. No hace falta que disimules conmigo… ¿o acaso crees que no os veía?, me sobran ojos para entender que lo que teníais era algo más.
—Sí, pero la vida siempre tiene la maldita costumbre de quitarte de un plumazo todo aquello que en verdad te importa sin preguntar siquiera.
            —Somos inconscientes hasta que se demuestra lo contrario.
            —Interesante forma de verlo.
            —Ya te dije que tengo ojos de sobra… —se acercó a Vicente con el gesto serio— ¿Cuánto me debes esta semana?
            —Dos mil pesetas.
            —¿Qué? —gritó— Y con eso ya son diez mil en lo que vamos de mes, contigo no hay negocio.
            —Todavía no he cobrado —protestó—, espera al viernes.
            —Esa excusa ya la sé, si esperase con todos como contigo habría cerrado hace años. No te sirvo más.
            —Más pierdes.
            —Puedes estar seguro que no salgo perdiendo.
            —Haya calma, caballeros —intervine—, seguro que pueden encontrar una solución beneficiosa para ambos... Les propongo un duelo.
            Ellos me miraron estupefactos y se echaron a reír.
            —Estaría bueno eso —dijo Vicente—, ¿quién elegiría el arma?
            —Como en todo duelo, el agraviado —respondí lanzando una mirada a Fran; este se quedó pensando un momento.
            —No creáis que me vais a convencer, con este saldría perdiendo sí o sí… ¡Ja, ja, ja, ja!
            —Conste que lo he intentado —dije a Vicente mientras me encogía de hombros.
            —Tienes cada idea, Jorge…
            —Aprendí de ti.
            —Alumno aventajado entonces —dijo Fran—, y superior a su maestro desde hace bastante…
            —Gracias por el inmerecido cumplido.
            —No me rimes a estas horas, me da dolor de cabeza el rap.
            —Y a mí tus coplas —le dije irónico señalando la radio— Anda y pon el partido, que tiene que estar a punto de empezar.
            —¡Es verdad!, se me había olvidado.
            —Pero no mi deuda —gruñó Vicente—, ahora cómo voy a seguir en seco la transmisión.
            —Venga, yo te invito, pero solo esta vez y como pago por la información —respondí. Él no replicó, pidió otro vino, estiró las piernas y los tres nos pusimos a escuchar.
            Pronto el bar se puso hasta la bandera, las mesas hervían de nerviosismo y pipas mientras otros vociferaban contra el árbitro, como siempre; contra el entrenador, como era costumbre; y contra algún jugador contrario, como era normal en cualquier partido de liga.
            —A estos les ponía yo a correr la banda hasta que les salieran ampollas —decía uno— ¡Calla, calla!, creo que ha pitado penalti —gritaba otro— ¡Será hijoputa! —Gritaban y coreaban todos. Al descanso me fuí de allí tras despedirme de Vicente; Fran ya estaba dormido sobre la barra.
            —Puedes acercarte a casa de Marcelo —me dijo, llegando hasta mí  mientras salía— Gaspar estuvo un par de años trabajando para él.
            —Gracias, amigo; ahora mismo iré allá. Le dí un apretón de manos y me perdí calle abajo, llovía con fuerza y eché una carrera para llegar ablandado al coche, cerré la puerta, di al contacto y raudo me dirigí a donde me decía; algo más debería saber.
            El chalé parecía vacío, llamé un par de veces sin obtener respuesta, así que me senté en el BX a esperar. No llevaba ni media hora cuando Marcelo vino caminando con el paraguas abierto, se detuvo frente a la valla y saco las llaves; yo bajé y me fui hasta él.
            —Buenas tardes Jorge —me dijo sorprendido— tanto tiempo sin verte.
            —Tres años más o menos. En el entierro de Paco, quería a hablar contigo es algo sobre un empleado.
—¿Quieres pasar y tomamos algo mientras charlamos?
—Claro hombre —le respondí. Entramos y me senté con él en el salón, los sofás de cuero parecían sin estrenar y resultaban muy confortables. Marcelo abrió el mueble bar, y sacó una botella de coñac—¿te apetece una copa o prefieres otra cosa?
—No, tengo todavía un largo viaje de vuelta hasta Ilán.
—Tú siempre tan responsable —comentó con gracia mientras iba sacando de la cristalería un vaso fino, luego de decantar el licor lentamente se sentó enfrente de mí.
—¿Qué es lo que te trae hasta aquí?
—Es sobre Gaspar, Gaspar García, Fran me dijo que estuvo trabajando para ti, ¿qué puedes decirme sobre él?
—Nunca tuve queja, Rocío es quien lleva el pub; yo solo cuadro las cuentas a fin de mes. Trabajaba de camarero por las noches, pásate por allí y así le haces una visita seguro que tenéis muchas cosas que deciros.
—Entonces me queda otro largo viaje, quería dejar el asunto zanjado esta tarde así que me voy ya mismo, gracias por tu tiempo —le dije sin ocultar la impaciencia.
—Cálmate hombre, qué prisa tienes; Rocío no entra hasta las ocho, ahora estará duchándose, me imagino —Yo también la imaginé; desnuda bajo el agua, resbalando por su piel húmeda, sedosa y excitante— si no quieres una copa puedo ponerte un café…
—Mira, pues un café sí que me tomaba bien a gusto.
            —Entonces café —dijo mientras se levantaba rápido como un resorte, camino de la cocina— ¿Qué te preocupa de Gaspar?
            —Va a hacer de guía de Alex a la montaña y quería saber si es de fiar.
            —¿Y te tomas la molestia de bajar aquí desde Ilán a preguntar por él?, si no es algo muy grave lo que hayas oído no entiendo tanto interés.
            —A Luisa le comentaron que estaba metido en drogas. Y eso me dijo también hoy Fran; fue él el que me habló de ti.
            —Y bien ha hecho en hacerte venir —dijo mientras traía la taza, luego volvió a sentarse para volver sobre él—, ha sido siempre el más listo de todos los mosqueteros, ¿recuerdas?
—¡Claro! —dije con cierta nostalgia.
 Aún veía de nuevo como si fuera ayer a ese cuarteto de jovenzuelos, recién llegados a la universidad, dispuestos a ponerse el mundo el mundo por montera y torear la vida por naturales. Luego llegarían las cornadas que nos pusieron a cada uno en su lugar. Vicente no pasó del primer curso, ya entonces arrastraba un incipiente alcoholismo, que pronto se convertiría en el centro de su existencia. Fran terminó derecho con mejor nota que yo, pero jamás ejercería —Abogados es lo que sobran en este puñetero país— decía… Se metió en el negocio de la restauración con el dinero que Marcelo le prestó y fueron a partes iguales durante mucho tiempo, pero al final por serias diferencias repartieron los locales, Fran se quedó con los restaurantes y bares de tapas mientras que Marcelo se ocupaba de los pubs y demás negocios nocturnos. Yo sí que llegué a ejercer, hasta que aborrecí de la misma justicia y sus más oscuros agujeros.
—Rocío me preguntó por ti; anteayer, en el Berlín. Llegué a última hora para hacer caja e inventario y estuvimos hablando de muchas otras cosas. Creo que todavía no ha superado vuestra separación.
—Yo tampoco —le dije según iba saboreando aquel café sin azúcar. Me estremeció su amargura—. Le faltan un par de terrones —protesté.
—No me queda azúcar.
—Creo que a mí tampoco —comenté apurando la taza—. Bueno, si no sabes nada más, iré a ver a Rocío.
—Como quieras Jorge, un placer volver a verte, amigo.
—El placer ha sido mío Marcelo. —y con esta doble mentira y un apretón de manos; cínicos como políticos pero, al igual que ellos, todos unos caballeros entre nosotros, nos despedimos.

Llegué allí  a menos cuarto, Rocío no estaba así que pedí un tercio de mahou y me senté a esperar por ella en una mesa al fondo del local mientras sonaba la versión de Hendrix del All allong the watchtower de Dylan. La bola de luces daba vueltas en el techo, reflejándose múlticolor por los azulejos blancos de las paredes; el aroma a hachís se mezclaba con el de la cerveza en cada trago y los lugareños, sentados a la barra  aparecían y desaparecían como sombras en la penumbra al tiempo que iba pensando por qué Marcelo había estado tan atento conmigo, sobre todo después de ser él la razón de mi ruptura con Rocío… ¿Acaso le remordía la conciencia a estas alturas?, ¡imposible!; era demasiado inhumano para sentir algo así. Enfrascado en estas turbias elucubraciones no me di cuenta de su presencia hasta que una mano se posó sobre mi hombro, haciéndome saltar como un resorte de mi asiento.
—Hola Jorge —me dijo Rocío mientras reía por mi brusca reacción— ¿cómo estás?
—Bien, pero veo que tú estás mucho mejor —respondí con un guiño—. Siéntate, quiero hablar contigo.
Llevaba un vestido rojo escotado y se había rizado su larga y negra melena, que descendía en brillantes bucles hasta la redonda base de sus senos. Posó el pequeño bolso que traía encima de la mesa y se sentó enfrente de mí. Una intensa fragancia a rosas llegó a mí, ella agarró mi mano derecha y comenzó a acariciarla suavemente.
—Me gustan tanto tus dedos —dijo al tiempo que iba masajeándolos, me miró fijamente a los ojos—… Dime, ¿por qué has venido?
—Quería hablar contigo sobre uno de tus empleados, Marcelo me aseguró que tú sabrías mejor sobre él.
—¿Qué te ha dicho ese mamón? —preguntó disgustada retirando sus manos de la mía—, seguro que nada bueno.
—Lo cierto es que no mucho, por eso vine.
—¿Solo por eso?
—Bueno, también por verte, y veo que sigues tan hermosa como antes…
—Sí, como antes de que él se entrometiera en lo nuestro, vamos, dilo.
—Ya lo has hecho tú.
—Ay, Jorge, qué diera yo porque nada de aquello hubiera pasado —dijo con un tono tan íntimo que me hizo estremecer—. Sigo pensando en ti cada día, extrañándote, y qué cosa esta; ahora es él el que te trae de nuevo a mí.
—Sí, eso también a mí me pilló de sorpresa.
—Entonces crees que se está arrepintiendo.
—Poco me importa Rocío, el tiempo y las circunstancias han hecho que os perdonara hace mucho a los dos.
—Sabes que nunca pude pedírtelo.
—No hace falta que lo pidas, es más quiero que sepas que, del mismo modo, no hay día en que no siga pensando en ti. Los dos quedamos en silencio, solo mirándonos volviendo a sentirnos, de pronto ella se acercó y me besó intensamente —¡Te amo! —me dijo—, siempre ha sido así y siempre lo será.
—Y yo a ti.
Volví a besarla y ella me sujetó la cabeza, yo la abracé; así hubiéramos quedado hasta el día del juicio final pero entonces separó sus labios de los míos y, abriendo los ojos, sonrió:
—¿De quién se trata? —me dijo lentamente con su voz de seda, Yo me eché a reír y ella me siguió.
—¿Quieres ir a dar un paseo y lo hablamos? —le pregunté. Ella asintió y saliendo los dos del Berlín, caminamos juntos de la mano, calle arriba por los soportales de Galiana hasta entrar en el parque de Ferrera, ya era noche pero aún seguía abierto así que nos detuvimos frente al estanque y sentados en un banco comenzamos a meternos mano como dos adolescentes presos de infinita y ardiente pasión.
—Extraña forma de hablar —dijo Rocío mientras aferraba con fuerza mi pene erecto, luego bajando mis pantalones lo metió en su boca, yo sujeté su nuca al tiempo que alzaba los ojos al cielo de puro placer. Me corrí en su garganta y ella saboreó con delectación el sémen, después volví a besarla e introduje mi dedo índice en su vagina, ella gimió y sonriente mordisqueó mis labios.
—Vamos a mi casa, Jorge, están a punto de cerrar y quiero follar contigo hasta perder el conocimiento. Ambos nos levantamos y salimos agarrados el uno al otro allí donde la espalda pierde su nombre.
El piso de Rocío quedaba a dos manzanas, en un edificio antiguo de cuatro plantas; era un ático amplio de tres habitaciones. Entramos a toda prisa en el portal y la fui desnudando ya según subíamos por el ascensor, traspasó la puerta en volandas sujetas sus piernas a mi espalda y así la tumbé sobre la cama. Bajé  sus bragas y empecé a besar su vientre mientras ella trataba de quitarse el vestido que seguía arrebujado sobre su pecho pero no fue capaz, así que la ayudé tirando por encima de sus hombros. Ella sujetó los míos y me empujó hacia su ombligo —Sigue besándome ahí —gritó— Yo sonreí y, bajando hasta sus labios los mordisqueé con suavidad para después comenzar a mover cada vez más rápido la lengua. Se aferró a mis cabellos y dio un tirón brutal  —¡Ahora, hazlo ahora! —exclamó jadeando— Entonces la penetré y con ella sujeta a mí moviendo sus caderas como una culebra, nos pusimos en pie. Yo la apoyé contra la pared mientras empujaba más y más fuerte. Ella me arañó la espalda hasta hacerme sangre y estirando los brazos por sobre mis hombros aferrándose a mi cabeza se dejó llevar en un espasmo de inmenso placer. La volví a tumbar sobre la cama y seguimos haciéndolo en esa postura durante media hora, luego nos giramos y poniéndose encima de mí, sujeta a mi cuello con las manos a la par que su trasero con brío salvaje describía movimientos circulares y rápidos que me pusieron a vibrar al límite máximo de la erección. En ese momento la hice rotar sobre mi miembro y echado sobre ella abrí sus piernas, sujeté sus muslos y la icé para así; ella con los hombros sobre el colchón y el resto de su cuerpo totalmente arqueado terminar de hacerle el amor  como si de una carretilla se tratara. Rocío aporreó un par de veces las sábanas, gritando como loca, luego las aferró ferozmente y yo continué hasta correrme en su interior, luego me eché sobre ella y la sujeté por las caderas —¿Quieres más? —le pregunté—
—¡Sí! —chilló ansiosa mientras yo besaba su cuello por detrás. Lo hicimos dos veces más con el mismo ímpetu hasta caer los dos rendidos. Quede finalmente bajo ella, que descansaba satisfecha saboreando mi cuello.
—Hacía tanto tiempo que no te sentía así... —susurró mientras su melena reposaba plácida sobre mi piel sudorosa— ¡Dímelo!
—¡Te amo! —Rocío puso su nariz sobre la mía y me miró con sus ojos rebosantes de felicidad; luego nos besamos de nuevo largamente al tiempo que dejábamos que el silencio de la noche fluyera sobre nuestros cuerpos.
Desperté con ella abrazada a mi cuello, palpé el contorno de sus pezones y ella me sintió. Sonriente abrió los ojos,  se giró y agarrándose a mí me dio los buenos días poniendo su pierna derecha entre las mías, yo la rodeé con mis brazos y en un abrir y cerrar de ojos se puso encima.
—Quisiera estar eternamente como estoy ahora contigo —le dije—, pero tengo que irme a Ilán cuanto antes; me necesitan allá.
—Yo también te necesito —replicó mientras sus labios iban moviéndose despacio adelante y atrás, acariciando húmedos mi miembro que volvía de nuevo a cobrar vida— ¿Acaso no puedes quedarte un ratito más?
—Claro que puedo, pero debo ir a ayudar a Luisa.
—Bueno dijo dejando de moverse—, eso sí lo entiendo, pero esto no me queda nada claro: ¿De quién se trata?... ¿Recuerdas? —volvió a preguntar con un guiño de lo más pícaro.
—¡Ja, ja, ja, ja!... ¡Casi me olvidaba! —respondí.
—Menos mal que yo nunca me olvido de nada  —dijo mesando mis cabellos—, ni de lo bien que lo hacías, y sigues haciendo, conmigo…
—¡Gracias Rocío! —acerté a decir—, es sobre Gaspar García…
—Un chico majo, pero no tan hombre como tú.
—Tampoco es necesario tanto detalle. —comenté con seriedad, ella se burló.
—Era broma tontorrón ¿Qué quieres saber de él?
—Fran y mi hermana dijeron que estaba envuelto en asuntos de drogas y como va a hacer de guía para Alex, quería saber si era trigo limpio.
—Es serio en lo que se refiere al trabajo, eso es lo que tengo comprobado, y sí ha tenido relaciones un poco turbias con las drogas, pero ya hace tiempo y salió bastante mal de ellas, así que no creo que haya problemas.
—¿Podrías ser más clara?
—Claro —respondió con otra carcajada— El pasaba marihuana en Oviedo y su hermano Benny vivía aquí, en la Carriona, este estaba muy enganchado a la heroína, y por eso él vino a buscar trabajo en Avilés, para estar más cerca de él y ayudarle a salir del agujero; lo logró y después de eso se fueron los dos a Mieres con su madre, luego de morir ella marcharon a Oviedo y Benny también murió, no había pasado ni año y medio. Gaspar entró entonces en una depresión muy grande, vino a mí un par de veces a pedirme dinero me explicó todo y compadecida, le ofrecí trabajo pero lo rehusó de modo que se fue con diez mil pesetas y no regresó ni supe nada más de él. ¿De modo que ahora está en Ilán?
—Eso parece —respondí. Ella me clavó sus ojos azules y me besó tan dulcemente que me sentí de nuevo un niño.
—Quiero ir contigo allá, quiero dejar esta ciudad y estar a tu lado siempre, Jorge… ¡Te amo! —Yo me incorporé y la estreché entre mis brazos con fuerza.
—¿Qué harás con tu negocio si te vienes conmigo?
—¡Que se encargue Marcelo!,  ya que el dinero es lo único que ha sabido amar se lo haré pagar hasta que le duela mi desprecio —respondió decidida—, llévame ahora, así seremos tú y yo, además te ayudaré con Luisa y Alex y hablaré con Gaspar.

—Como quieras, mi amor —dije henchido de alegría—, nada me haría más feliz. Ella me besó, y juntos nos incorporamos preparándonos para salir aquella misma mañana, unidos nuestros destinos por el camino de Ilán.




































2 comentarios:

  1. Maravilloso, intenso, con todo.
    Con humor, confidencias, erotismo, sueños de amor,
    un gran ascenso de emociones.
    Te felicito Miguel,Angel Miguélez Fernandez.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Lupita, encantado de que te haya gustado :)

      Un abrazo!!

      Felices fiestas!!

      Eliminar