Vicente me dijo algo muy extraño cuando le pregunté
qué tal estaba:
—No dejes que el dragón termine por devorar al
tiempo—
El vino de su copa debía de haberse picado,
pensé. Luego de apurarlo de un trago volvió a desvariar con un tono de
charlatán de feria, haciendo aspavientos con la mano izquierda mientras apoyaba
el codo en la barra.
—Mi hijo conoce a Gaspar desde que eran enanos,
es buena gente; algo huraño y callado cuando no está en confianza, pero muy
trabajador. Además ya sabes mi opinión de la Pepa; de lo que te diga créete la
mitad y de esa mitad las tres cuartas partes serán invenciones suyas.
—¿La Pepa?, ¿esa no era una gaditana?
—Eso dicen, y muy liberal —replicó— Ah, si
Espartero levantara cabeza.
—Sí, como el ísimo, no te jode… Deja a los militares p’allá que bastantes hemos
tenido.
—¿Otra cerveza? —Preguntó Fran.
—No, gracias —dije— mejor un mus; ¿hace?
—No hay mus —sonrió.
—Lo que sí que sé seguro de él es que le daba a
la marihuana con Paquito, antes de que lo encerraran, igual se refería a eso.
—Bueno, un par de porros no hacen malo a nadie.
—Vendía, pero no se le daba bien.
—¿Sabes si sigue haciéndolo?
—Su madre murió hace cinco años —dijo Fran con
seriedad—, creo que vendió el piso que tenía en Mieres y se instaló en Pumarín.
No sé, será que le gusta la capital —comentó mientras limpiaba la cafetera—, ya
antes vivía de alquiler en un edificio a dos manzanas de Salesas.
—¿Entonces también lo conoces?
—Conocía más a su madre, era una buena cliente;
siempre venía a las siete a tomarse un cortado con Julia.
—¿Julia?, ¿quieres decir “tu Julia”?
—¿Quién iba a ser si no?
—¿Y sabes algo del asunto?
—Nada que no te haya dicho ya Vicente
—respondió de espaldas, luego giró sobre sí y comenzó a limpiar la barra con
una bayeta amarilla— ¿Cómo le va a Luisa?
—Bien, cada vez más animada, gracias por
preguntar por ella.
—De nada Jorge; mi hermana y ella siempre
fueron muy amigas, si estuviera aquí fijo que habría ido a ayudarla sin
pensarlo.
—Lo sé, también era muy amiga mía.
—Más que eso, cabroncete —sonrió—. No hace
falta que disimules conmigo… ¿o acaso crees que no os veía?, me sobran ojos
para entender que lo que teníais era algo más.
—Sí, pero la vida siempre tiene la maldita
costumbre de quitarte de un plumazo todo aquello que en verdad te importa sin
preguntar siquiera.
—Somos inconscientes hasta que se
demuestra lo contrario.
—Interesante forma de verlo.
—Ya te dije que tengo ojos de sobra…
—se acercó a Vicente con el gesto serio— ¿Cuánto me debes esta semana?
—Dos mil pesetas.
—¿Qué? —gritó— Y con eso ya son diez
mil en lo que vamos de mes, contigo no hay negocio.
—Todavía no he cobrado —protestó—,
espera al viernes.
—Esa excusa ya la sé, si esperase
con todos como contigo habría cerrado hace años. No te sirvo más.
—Más pierdes.
—Puedes estar seguro que no salgo
perdiendo.
—Haya calma, caballeros —intervine—,
seguro que pueden encontrar una solución beneficiosa para ambos... Les propongo
un duelo.
Ellos me miraron estupefactos y se
echaron a reír.
—Estaría bueno eso —dijo Vicente—,
¿quién elegiría el arma?
—Como en todo duelo, el agraviado
—respondí lanzando una mirada a Fran; este se quedó pensando un momento.
—No creáis que me vais a convencer,
con este saldría perdiendo sí o sí… ¡Ja, ja, ja, ja!
—Conste que lo he intentado —dije a
Vicente mientras me encogía de hombros.
—Tienes cada idea, Jorge…
—Aprendí de ti.
—Alumno aventajado entonces —dijo
Fran—, y superior a su maestro desde hace bastante…
—Gracias por el inmerecido cumplido.
—No me rimes a estas horas, me da
dolor de cabeza el rap.
—Y a mí tus coplas —le dije irónico
señalando la radio— Anda y pon el partido, que tiene que estar a punto de
empezar.
—¡Es verdad!, se me había olvidado.
—Pero no mi deuda —gruñó Vicente—,
ahora cómo voy a seguir en seco la transmisión.
—Venga, yo te invito, pero solo esta
vez y como pago por la información —respondí. Él no replicó, pidió otro vino, estiró
las piernas y los tres nos pusimos a escuchar.
Pronto el bar se puso hasta la
bandera, las mesas hervían de nerviosismo y pipas mientras otros vociferaban
contra el árbitro, como siempre; contra el entrenador, como era costumbre; y
contra algún jugador contrario, como era normal en cualquier partido de liga.
—A estos les ponía yo a correr la
banda hasta que les salieran ampollas —decía uno— ¡Calla, calla!, creo que ha
pitado penalti —gritaba otro— ¡Será hijoputa! —Gritaban y coreaban todos. Al
descanso me fuí de allí tras despedirme de Vicente; Fran ya estaba dormido
sobre la barra.
—Puedes acercarte a casa de Marcelo
—me dijo, llegando hasta mí mientras
salía— Gaspar estuvo un par de años trabajando para él.
—Gracias, amigo; ahora mismo iré
allá. Le dí un apretón de manos y me perdí calle abajo, llovía con fuerza y
eché una carrera para llegar ablandado al coche, cerré la puerta, di al
contacto y raudo me dirigí a donde me decía; algo más debería saber.
El chalé parecía vacío, llamé un par
de veces sin obtener respuesta, así que me senté en el BX a esperar. No llevaba
ni media hora cuando Marcelo vino caminando con el paraguas abierto, se detuvo
frente a la valla y saco las llaves; yo bajé y me fui hasta él.
—Buenas tardes Jorge —me dijo
sorprendido— tanto tiempo sin verte.
—Tres años más o menos. En el
entierro de Paco, quería a hablar contigo es algo sobre un empleado.
—¿Quieres pasar y tomamos algo mientras
charlamos?
—Claro hombre —le respondí. Entramos y me senté
con él en el salón, los sofás de cuero parecían sin estrenar y resultaban muy
confortables. Marcelo abrió el mueble bar, y sacó una botella de coñac—¿te apetece
una copa o prefieres otra cosa?
—No, tengo todavía un largo viaje de vuelta hasta
Ilán.
—Tú siempre tan responsable —comentó con gracia
mientras iba sacando de la cristalería un vaso fino, luego de decantar el licor
lentamente se sentó enfrente de mí.
—¿Qué es lo que te trae hasta aquí?
—Es sobre Gaspar, Gaspar García, Fran me dijo
que estuvo trabajando para ti, ¿qué puedes decirme sobre él?
—Nunca tuve queja, Rocío es quien lleva el pub;
yo solo cuadro las cuentas a fin de mes. Trabajaba de camarero por las noches,
pásate por allí y así le haces una visita seguro que tenéis muchas cosas que
deciros.
—Entonces me queda otro largo viaje, quería
dejar el asunto zanjado esta tarde así que me voy ya mismo, gracias por tu
tiempo —le dije sin ocultar la impaciencia.
—Cálmate hombre, qué prisa tienes; Rocío no
entra hasta las ocho, ahora estará duchándose, me imagino —Yo también la
imaginé; desnuda bajo el agua, resbalando por su piel húmeda, sedosa y
excitante— si no quieres una copa puedo ponerte un café…
—Mira, pues un café sí que me tomaba bien a
gusto.
—Entonces café —dijo mientras se
levantaba rápido como un resorte, camino de la cocina— ¿Qué te preocupa de
Gaspar?
—Va a hacer de guía de Alex a la
montaña y quería saber si es de fiar.
—¿Y te tomas la molestia de bajar
aquí desde Ilán a preguntar por él?, si no es algo muy grave lo que hayas oído
no entiendo tanto interés.
—A Luisa le comentaron que estaba
metido en drogas. Y eso me dijo también hoy Fran; fue él el que me habló de ti.
—Y bien ha hecho en hacerte venir —dijo
mientras traía la taza, luego volvió a sentarse para volver sobre él—, ha sido siempre
el más listo de todos los mosqueteros,
¿recuerdas?
—¡Claro! —dije con cierta nostalgia.
Aún veía
de nuevo como si fuera ayer a ese cuarteto de jovenzuelos, recién llegados a la
universidad, dispuestos a ponerse el mundo el mundo por montera y torear la
vida por naturales. Luego llegarían las cornadas que nos pusieron a cada uno en
su lugar. Vicente no pasó del primer curso, ya entonces arrastraba un
incipiente alcoholismo, que pronto se convertiría en el centro de su
existencia. Fran terminó derecho con mejor nota que yo, pero jamás ejercería —Abogados
es lo que sobran en este puñetero país— decía… Se metió en el negocio de la
restauración con el dinero que Marcelo le prestó y fueron a partes iguales durante
mucho tiempo, pero al final por serias diferencias repartieron los locales,
Fran se quedó con los restaurantes y bares de tapas mientras que Marcelo se
ocupaba de los pubs y demás negocios nocturnos. Yo sí que llegué a ejercer,
hasta que aborrecí de la misma justicia y sus más oscuros agujeros.
—Rocío me preguntó por ti; anteayer, en el
Berlín. Llegué a última hora para hacer caja e inventario y estuvimos hablando
de muchas otras cosas. Creo que todavía no ha superado vuestra separación.
—Yo tampoco —le dije según iba saboreando aquel
café sin azúcar. Me estremeció su amargura—. Le faltan un par de terrones —protesté.
—No me queda azúcar.
—Creo que a mí tampoco —comenté apurando la
taza—. Bueno, si no sabes nada más, iré a ver a Rocío.
—Como quieras Jorge, un placer volver a verte,
amigo.
—El placer ha sido mío Marcelo. —y con esta
doble mentira y un apretón de manos; cínicos como políticos pero, al igual que
ellos, todos unos caballeros entre nosotros, nos despedimos.
Llegué allí a menos cuarto, Rocío no estaba así que pedí
un tercio de mahou y me senté a esperar por ella en una mesa al fondo del local
mientras sonaba la versión de Hendrix del All
allong the watchtower de Dylan. La bola de luces daba vueltas en el techo, reflejándose
múlticolor por los azulejos blancos de las paredes; el aroma a hachís se
mezclaba con el de la cerveza en cada trago y los lugareños, sentados a la
barra aparecían y desaparecían como
sombras en la penumbra al tiempo que iba pensando por qué Marcelo había estado
tan atento conmigo, sobre todo después de ser él la razón de mi ruptura con
Rocío… ¿Acaso le remordía la conciencia a estas alturas?, ¡imposible!; era
demasiado inhumano para sentir algo así. Enfrascado en estas turbias
elucubraciones no me di cuenta de su presencia hasta que una mano se posó sobre
mi hombro, haciéndome saltar como un resorte de mi asiento.
—Hola Jorge —me dijo Rocío mientras reía por mi
brusca reacción— ¿cómo estás?
—Bien, pero veo que tú estás mucho mejor —respondí
con un guiño—. Siéntate, quiero hablar contigo.
Llevaba un vestido rojo escotado y se había
rizado su larga y negra melena, que descendía en brillantes bucles hasta la
redonda base de sus senos. Posó el pequeño bolso que traía encima de la mesa y
se sentó enfrente de mí. Una intensa fragancia a rosas llegó a mí, ella agarró
mi mano derecha y comenzó a acariciarla suavemente.
—Me gustan tanto tus dedos —dijo al tiempo que
iba masajeándolos, me miró fijamente a los ojos—… Dime, ¿por qué has venido?
—Quería hablar contigo sobre uno de tus empleados,
Marcelo me aseguró que tú sabrías mejor sobre él.
—¿Qué te ha dicho ese mamón? —preguntó
disgustada retirando sus manos de la mía—, seguro que nada bueno.
—Lo cierto es que no mucho, por eso vine.
—¿Solo por eso?
—Bueno, también por verte, y veo que sigues tan
hermosa como antes…
—Sí, como antes de que él se entrometiera en lo
nuestro, vamos, dilo.
—Ya lo has hecho tú.
—Ay, Jorge, qué diera yo porque nada de aquello
hubiera pasado —dijo con un tono tan íntimo que me hizo estremecer—. Sigo
pensando en ti cada día, extrañándote, y qué cosa esta; ahora es él el que te
trae de nuevo a mí.
—Sí, eso también a mí me pilló de sorpresa.
—Entonces crees que se está arrepintiendo.
—Poco me importa Rocío, el tiempo y las
circunstancias han hecho que os perdonara hace mucho a los dos.
—Sabes que nunca pude pedírtelo.
—No hace falta que lo pidas, es más quiero que
sepas que, del mismo modo, no hay día en que no siga pensando en ti. Los dos
quedamos en silencio, solo mirándonos volviendo a sentirnos, de pronto ella se
acercó y me besó intensamente —¡Te amo! —me dijo—, siempre ha sido así y
siempre lo será.
—Y yo a ti.
Volví a besarla y ella me sujetó la cabeza, yo
la abracé; así hubiéramos quedado hasta el día del juicio final pero entonces
separó sus labios de los míos y, abriendo los ojos, sonrió:
—¿De quién se trata? —me dijo lentamente con su
voz de seda, Yo me eché a reír y ella me siguió.
—¿Quieres ir a dar un paseo y lo hablamos? —le
pregunté. Ella asintió y saliendo los dos del Berlín, caminamos juntos de la
mano, calle arriba por los soportales de Galiana hasta entrar en el parque de
Ferrera, ya era noche pero aún seguía abierto así que nos detuvimos frente al
estanque y sentados en un banco comenzamos a meternos mano como dos
adolescentes presos de infinita y ardiente pasión.
—Extraña forma de hablar —dijo Rocío mientras
aferraba con fuerza mi pene erecto, luego bajando mis pantalones lo metió en su
boca, yo sujeté su nuca al tiempo que alzaba los ojos al cielo de puro placer.
Me corrí en su garganta y ella saboreó con delectación el sémen, después volví
a besarla e introduje mi dedo índice en su vagina, ella gimió y sonriente
mordisqueó mis labios.
—Vamos a mi casa, Jorge, están a punto de
cerrar y quiero follar contigo hasta perder el conocimiento. Ambos nos
levantamos y salimos agarrados el uno al otro allí donde la espalda pierde su
nombre.
El piso de Rocío quedaba a dos manzanas, en un
edificio antiguo de cuatro plantas; era un ático amplio de tres habitaciones. Entramos
a toda prisa en el portal y la fui desnudando ya según subíamos por el
ascensor, traspasó la puerta en volandas sujetas sus piernas a mi espalda y así
la tumbé sobre la cama. Bajé sus bragas
y empecé a besar su vientre mientras ella trataba de quitarse el vestido que
seguía arrebujado sobre su pecho pero no fue capaz, así que la ayudé tirando
por encima de sus hombros. Ella sujetó los míos y me empujó hacia su ombligo —Sigue
besándome ahí —gritó— Yo sonreí y, bajando hasta sus labios los mordisqueé con
suavidad para después comenzar a mover cada vez más rápido la lengua. Se aferró
a mis cabellos y dio un tirón brutal —¡Ahora,
hazlo ahora! —exclamó jadeando— Entonces la penetré y con ella sujeta a mí
moviendo sus caderas como una culebra, nos pusimos en pie. Yo la apoyé contra
la pared mientras empujaba más y más fuerte. Ella me arañó la espalda hasta
hacerme sangre y estirando los brazos por sobre mis hombros aferrándose a mi
cabeza se dejó llevar en un espasmo de inmenso placer. La volví a tumbar sobre
la cama y seguimos haciéndolo en esa postura durante media hora, luego nos
giramos y poniéndose encima de mí, sujeta a mi cuello con las manos a la par
que su trasero con brío salvaje describía movimientos circulares y rápidos que
me pusieron a vibrar al límite máximo de la erección. En ese momento la hice
rotar sobre mi miembro y echado sobre ella abrí sus piernas, sujeté sus muslos
y la icé para así; ella con los hombros sobre el colchón y el resto de su
cuerpo totalmente arqueado terminar de hacerle el amor como si de una carretilla se tratara. Rocío
aporreó un par de veces las sábanas, gritando como loca, luego las aferró
ferozmente y yo continué hasta correrme en su interior, luego me eché sobre ella
y la sujeté por las caderas —¿Quieres más? —le pregunté—
—¡Sí! —chilló ansiosa mientras yo besaba su
cuello por detrás. Lo hicimos dos veces más con el mismo ímpetu hasta caer los
dos rendidos. Quede finalmente bajo ella, que descansaba satisfecha saboreando
mi cuello.
—Hacía tanto tiempo que no te sentía así... —susurró
mientras su melena reposaba plácida sobre mi piel sudorosa— ¡Dímelo!
—¡Te amo! —Rocío puso su nariz sobre la mía y me
miró con sus ojos rebosantes de felicidad; luego nos besamos de nuevo
largamente al tiempo que dejábamos que el silencio de la noche fluyera sobre
nuestros cuerpos.
Desperté con ella abrazada a mi cuello, palpé
el contorno de sus pezones y ella me sintió. Sonriente abrió los ojos, se giró y agarrándose a mí me dio los buenos
días poniendo su pierna derecha entre las mías, yo la rodeé con mis brazos y en
un abrir y cerrar de ojos se puso encima.
—Quisiera estar eternamente como estoy ahora
contigo —le dije—, pero tengo que irme a Ilán cuanto antes; me necesitan allá.
—Yo también te necesito —replicó mientras sus
labios iban moviéndose despacio adelante y atrás, acariciando húmedos mi
miembro que volvía de nuevo a cobrar vida— ¿Acaso no puedes quedarte un ratito
más?
—Claro que puedo, pero debo ir a ayudar a
Luisa.
—Bueno —dijo dejando de moverse—, eso sí lo entiendo,
pero esto no me queda nada claro: ¿De quién se trata?... ¿Recuerdas? —volvió a
preguntar con un guiño de lo más pícaro.
—¡Ja, ja, ja, ja!... ¡Casi me olvidaba! —respondí.
—Menos mal que yo nunca me olvido de nada —dijo mesando mis cabellos—, ni de lo bien
que lo hacías, y sigues haciendo, conmigo…
—¡Gracias Rocío! —acerté a decir—, es sobre
Gaspar García…
—Un chico majo, pero no tan hombre como tú.
—Tampoco es necesario tanto detalle. —comenté
con seriedad, ella se burló.
—Era broma tontorrón ¿Qué quieres saber de él?
—Fran y mi hermana dijeron que estaba envuelto
en asuntos de drogas y como va a hacer de guía para Alex, quería saber si era
trigo limpio.
—Es serio en lo que se refiere al trabajo, eso
es lo que tengo comprobado, y sí ha tenido relaciones un poco turbias con las
drogas, pero ya hace tiempo y salió bastante mal de ellas, así que no creo que
haya problemas.
—¿Podrías ser más clara?
—Claro —respondió con otra carcajada— El pasaba
marihuana en Oviedo y su hermano Benny vivía aquí, en la Carriona, este estaba
muy enganchado a la heroína, y por eso él vino a buscar trabajo en Avilés, para
estar más cerca de él y ayudarle a salir del agujero; lo logró y después de eso
se fueron los dos a Mieres con su madre, luego de morir ella marcharon a Oviedo
y Benny también murió, no había pasado ni año y medio. Gaspar entró entonces en
una depresión muy grande, vino a mí un par de veces a pedirme dinero me explicó
todo y compadecida, le ofrecí trabajo pero lo rehusó de modo que se fue con diez
mil pesetas y no regresó ni supe nada más de él. ¿De modo que ahora está en
Ilán?
—Eso parece —respondí. Ella me clavó sus ojos
azules y me besó tan dulcemente que me sentí de nuevo un niño.
—Quiero ir contigo allá, quiero dejar esta
ciudad y estar a tu lado siempre, Jorge… ¡Te amo! —Yo me incorporé y la
estreché entre mis brazos con fuerza.
—¿Qué harás con tu negocio si te vienes conmigo?
—¡Que se encargue Marcelo!, ya que el dinero es lo único que ha sabido amar
se lo haré pagar hasta que le duela mi desprecio —respondió decidida—, llévame
ahora, así seremos tú y yo, además te ayudaré con Luisa y Alex y hablaré con
Gaspar.
—Como quieras, mi amor —dije henchido de
alegría—, nada me haría más feliz. Ella me besó, y juntos nos incorporamos preparándonos para
salir aquella misma mañana, unidos nuestros destinos por el camino de Ilán.
Maravilloso, intenso, con todo.
ResponderEliminarCon humor, confidencias, erotismo, sueños de amor,
un gran ascenso de emociones.
Te felicito Miguel,Angel Miguélez Fernandez.
Gracias Lupita, encantado de que te haya gustado :)
EliminarUn abrazo!!
Felices fiestas!!