miércoles, 19 de noviembre de 2014

Una mirada basta




























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Una mirada basta para hacer que la vida
se detenga de pronto detrás de esas paredes
iluminadas, ciegas, tan sordas como el mundo
que calla lo que teme, ignorante del circo
donde el hombre es león entre rejas y látigos.



Una mirada aguda que atraviese la carne
y, sajando el espíritu, abomine del mal;
que rompa sus cadenas y destruya la espada,
y la cueva de fuego en que la muerte dulce
con su amargo vestido pare negras las vides.


Una mirada basta para hacer de la vida
el solaz delicioso que creímos perdido
donde la suave lluvia acaricie el sendero
y la luz en resol de tibiezas nos cubra
como cubre la arcilla la simiente del huerto.


Una mirada dulce que bese el corazón,
que lo acoja y abrigue de este viento implacable
y, enjugando sus lágrimas, lo devuelva a su ser.


Qué bueno que así fuera, y que todos miraran
por igual a su hermano sin mayor interés;
sin bucar en la ruina cómo hallar otro rédito
ni cavar los escombros para hacerse después
sus palacios de sangre y esas cruces de oro
en que al niño dominan y al mayor piden fe.


¿Será pues que lo humano, del infierno divino
hace uso y despacho, cual quien oye llover
y se esconde en la puerta esperando que escampen
el diluvio y la ira para hacerlo otra vez?


¡Qué triste soledad acompaña estos tiempos!
¡Qué triste humanidad la que niega la ley!
¡Qué triste la verdad! ¡Qué triste es saber!
¡Qué triste la ceguera del que no quiere ver!



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MM
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