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El tiempo se descuelga gris por la hojarasca del hombre
que prosigue fijo en su camino hasta perderse
tras las nubes bajas de un atardecer cualquiera más en este otoño cualquiera
que nunca o que quizás o puede que jamás hubiera sido
siquiera imaginado como lluvia, o como nieve, o como polvo o como nada.
Pues nadie como el hombre para darlo todo por perdido o por ganar aún antes de empezar
tras ver que los solsticios de sus manos más se aprietan en el nudo de la nuez de su garganta,
por más que la visión se difumine
entre las nieblas amarillentas de su rostro ensimismado
para abrir de par en par esa prístina persiana subjetiva que todo lo proyecta sobre sí
en un bosque de palabras esqueléticas
donde las ramas a duras penas las ve ramas
sino como aquello que le asusta y que le acecha
en el acostumbrado afán que como especie posee
al darle una oportunidad a la memoria
antes de que sea demasiado tarde
y darse cuenta que la vanidad se adhiere como hiedra de la boca
y que las hierbas, a sus pies,
parejas a cuchillos verdes panza arriba,
atisban si clavar algunas flores moribundas
bajo esa líquida concreción de las pupilas
por donde escapa el alma
para que el mundo conozca cuán voraz es la tormenta del hombre
entre el silencio de sus ocres pensamientos
y el miedo a las certezas de otra noche en perspectiva.
La luna se afila un poco más sobre la piedra luz, llena de escarcha,
a la par que el cierzo avanza por la loma y, poco a poco,
en un bostezo de hormigas titilantes,
el claro se refleja
sobre la orilla diáfana de una vagina
de aguas mansas y lechosas
que eructan su vapor como si de un sueño solitario
y hemorrágico de vida se tratara.
Allá se perderán todos los días,
así lo asume, así lo siente.
Como si, por un momento
de aquel otro momento cualquiera
en el que decidió beberse el universo
en una fantasmagoría de sí mismo,
regresara de repente
para con él nadar entre la nada y su recuerdo
inexistente de vacíos y galaxias
a la mañana siguente,
cuando el sol mutile al alba
en este otoño sin celajes
donde mueren las voces
para que viva siempre cada imagen
bajo el místico silencio de los árboles.
*
M. Á. M.
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