Si mis manos palpasen la ternura

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Si mis manos palpasen la ternura
de tu huerto feraz,  de tu jardín
agreste, oh tierra deliciosa y fin
último de mi ser; y en carne pura

tornara el frío adagio de la oscura
melodía de cámara al violín,
¡me crucificaría en ti! Y afín
a mi credo sería, en tu cintura,

cual hostia consagrada: pan devoto.
Y, toda tú: mi Dios, mi religión;
 el éxtasis eterno de la vida.

Y, aunque arda amargo el cáliz de lo ignoto,
será esta epifanía de pasión
y tú estarás conmigo en la caída.




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M. Á. M.





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