*
Aquel hombre, al fin, llegó a lo más alto
donde Dios —creía— le esperaba.
Y, ardiente, apareció enfrente de él,
inmenso como el abismo que a los dos los rodeaba.
—Nada te
impide ya acabar aquello que has empezado...
¡Adelante!
¡Hazlo!
—No puedo
—dijo el hombre.
—¿Por
qué?
—¡Te amo
demasiado!
—Entonces el espejo se quebró
y el hombre, cabizbajo,
comenzó a descender
por las afiladas aristas de la realidad.
El sueño
había terminado.
*
M. Á. M.
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