miércoles, 4 de marzo de 2015

( entre nosotros )



























 (A Walt Withman)






Ahora, tras treinta y ocho escasos años

en esta absurda militancia de vida y poesía,

me detengo a descansar en la vaguada de mis versos

con los tuyos a mi lado

y, echando la voz atrás, para emularte,

puedo comprobar que no han servido de mucho,

que, piedra sobre piedra, quedaré como todos:

Sepultado bajo el túmulo de mis huesos precedentes;

que, ladera abajo, los gritos de los hombres ansían todavía

alguna migaja de pan de paz,

de agua de alma, que decante de su ser

en lágrimas, y silencios que se agolpan y caen, gota a gota

al yermo, desierto y baldío cuerpo inerte

a que el tiempo y las circunstancias nos avocan.

Y que, aún teniendo todo esto presente,

del tronco firme y glorioso del sauce

sin cuya sombra no alcanzo a concebirme

suena leve y difusa,

y frágil como sueño se desgaja,

esa corteza que aún requiere de la luz

entre las hojas del bosque

y clama reclamando libertad al alba, que flamea peregrina

en un cáliz resonante de transparencias y justicia

que le devuelvan la esperanza sobre esta especie de ceniza

que sobre sus propias cenizas se cierne cada vez más gris y cenicienta.

Pues si algo comprendimos de todo lo vivido

por mí y por nosotros,

y tal vez contigo, y sin dudas de ti,

en la sola y austera soledad que nos aguarda

a cada esquina del verso sangre, que aquí palpita y arde en llamas 

(entre nosotros),

es que no hay un dios sobre esta tierra, ni en ninguna otra,

que pueda salvarnos de nosotros mismos

si nosotros mismos no ponemos primero empeño en que así sea.

Pues nuestra depredación es constante y sangrienta,

y nuestra salvaje naturaleza sigue derramándonos

a un paroxismo irracional y constante hacia un abismo

que nos convierte en mudas sombras, que ciegas tientan

e intentan probar con sus labios,

a flor de sangre tremebunda,

a hiel de quimera tumefacta

en el himen roto de un sueño que a todos nos incumbe y abraza

mientras vivimos esta fantasmagoría de carne, 

acaso un bocado de estrella fugaz en un cosmos inasible,

asaltante del espacio concerniente, pirata de la nada circundante

donde  la misma guerra en que nos hemos convertido

con el solo hecho de nacer y ser hombres

nos hace feroces bestias en una terrible lucha

que jamás podremos ganar  

y debemos detener a cualquier precio.

Este es el sacrificio que sostengo, esta mi cruz, y también la tuya.

Y debemos encontrar la forma de hacerlo, queramos o no.

En nuestra propia conciencia se halla y estalla la batalla

la solución definitiva y perfecta que nos lleve adelante,

hacia el siguiente paso

antes de que sea demasiado tarde.

Por eso digo al hombre que soy, y que eres,

Somos, estamos y aquí seguimos

y aquí tenemos de seguir, y juntos seguiremos

siempre de frente, con el sol en el pecho,

mirando el camino que se presenta a nuestros ojos

y la luna entre las manos 

agrietadas y encallecidas de tanto medrar y rebrotar

para acariciar el tenue cántico del nácar,

para que florezcan de nuevo azules primaveras

que arrastren cada nota en el pentagrama de la vida

y se escuche alto y claro la música silenciosa del viento en el costado

que nos mece y estremece entre las amapolas del estío,

en el nicho de esperanzas que dejamos a los que vayan tras de nos.

Porque la vida sigue siendo cada día

un corazón dormido que despierta en la mañana

porque el hombre sigue siendo un animal hambriento de sí mismo

y esto tiene que cambiar,

y esta poesía, mía y tuya,

será entonces rugido de concordia

y afecto por su especie;

porque ama a todo aquel que no conoce

como si lo hubiese parido en un poema silente

inédito, jamás imaginado sin ti, hombre, alma,

ser humano al fin y al cabo.

Porque todo vive bajo el amanecer aunque el sol ya se haya puesto

porque todo continúa moviéndose bajo el sino del amor

porque todo cuerpo se pudre y descompone lentamente

para que pueda tener presente en un futuro a tu lado, tierra mía.

Sí, a tu lado, arcilla vasta que te expandes descontroladamente

pues que a ti se dirige todo esto

en un movimiento sucesivo de palabras y cuerpos

porque el tiempo pasa pero el sentimiento

que te ha ido moldeando las entrañas

es lo único que queda

dentro de ti.

Porque  el viento lo recoge una vez más y las que hiciera falta

para hacer que lo respires

y puedas sentirlo tuyo

como si fuera de nuevo, con tu propio aroma, con tu propio sudor

mestizo de colores y de rabia

de entre tantas y tantas generaciones,

que te han forjado tal y como eres

desde que ambos naciéramos en aquel ayer

que ya nadie recuerda

hasta este hoy en que aprendimos a vivir

en un continuarnos mutuamente,

escuchando los aires del mito que persiste

y el rumor inmenso de las olas que nos llevan

al vacío de los nombres

desechando toda idea de significado,

salvo la trémula virtud de esa constelación humana

y, por tanto, divina

que nos aguarda al final de todos los finales

mientras caminamos, codo con codo,

como puntos suspensivos...

Hermanos,

hijos,

padres,

madres,

mujeres y hombres todos,

unidos,

presentes

ahora, en este verso

para siempre...







M.Á.M.










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