Imagen: río órbigo, en Seisón de la Vega, León, España
*
El río continúa
lejano en la palabra, transparente,
con una voz que horada el frágil puente,
mientras que se gradúa
y talla imperceptible
su agua en lo intangible
de la historia, del hombre y de sus pasos
a poniente. La sombra
se espesa por detrás de aquella alfombra
de todos los fracasos,
que incrusta en la memoria
su ayer desvanecido,
celaje en los ocasos,
negándose la luz y el viejo ruido;
el pájaro, la noria
y el valle en que nacer bajo el olvido.
El río no me alcanza
y, sin embargo, bebo
de sus aguas amargas las arenas
que han hecho de mis venas
el sello de la sangre y la alïanza
bajo mi piel de acebo
en pulsos de floridas azucenas.
La noche es una orilla
de prados y certezas
sobre la oscuridad,
que se nutre en silencio
y por dentro vivencio
al vuelo, yo, polilla
que posa sobre sí la soledad
azul y las tristezas
lejos de esta ciudad
de ilusiones y sueños,
de quimeras y leños
ardiendo en vanidad.
Somos cuajos de agua
que brota en manantiales inconexos
y fluye hasta la fragua
candente, para darnos nuevos nexos
entre los hierros rojos,
del yunque de la vida
e irnos sin despojos;
ni la tenaz herida
abierta en el temor,
que se resiste a ser cicatrizada
camino de la nada,
donde solo persiste nuestro amor.
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MM
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